El calor del hondureño

Por Ben Anson

“¿Ya comiste?”

HAVANA TIMES – Eso fue justamente lo que me preguntó un hombre que había conocido apenas una hora antes mientras me sentaba en un viejo sofá azul – uno de los muchos que vende, en su tienda de chatarra de segunda mano. Encontrándome en medio del proceso de mudarme y amueblar un nuevo apartamento, ubicado en el centro de El Progreso (la cuarta ciudad más populosa de Honduras), tuve que recurrir a sus servicios.

Así que se compraron un sofá y dos mesas.

Como es habitual en Honduras, es decir, para un extranjero, me vi obligado a contar de manera sutil la historia de mi vida. El hondureño siempre está intrigado por conocer y potencialmente entender la razón por la cual uno mismo decide venir de Europa o América del Norte a Honduras.

“¿Cómo llegaste a Honduras?” Esa es una de las primeras preguntas.

Comencé mi explicación, larga, por cierto, que finalmente condujo a innumerables preguntas como “¿quieres casarte aquí?”

Respondí que no.

“Son loquillas esas Catrachas”.

*Catracho/a es el apodo que tienen los hondureños, similar al de los costarricenses conocidos como “ticos” y a los guatemaltecos como “chapines”.

Luis y su hijo disfrutaron de una fuerte risa ante mi respuesta.

“Sí están locas”. Llegaron a esa conclusión.

Celosas, intensas y con un temperamento feroz, son los tres rasgos que uno podría usar para describir a la mujer promedio aquí. También se encuentra gran cantidad de busca fortuna. Sin embargo, a veces es comprensible, como dicen muchas mujeres hondureñas: “Del amor no se vive, la plata es la que manda”.

Al final terminé contándoles sobre mi historia en el país, mis experiencias y las diferencias entre Inglaterra (mi país de origen) y Honduras.

“¿Pero ustedes ganan mejor allá va?” ¿No es así?”, Preguntó el hijo de Luis, un adolescente gordito y alegre. A decir verdad, los dos son decididamente “gorditos”. Tienen rasgos oscuros y corpulentos.

“No necesariamente -les dije- hace años, ganaba un salario promedio de mil libras esterlinas, trabajando en una agencia de viajes en Londres y pagaba seiscientas cincuenta libras solo de alquiler, por una habitación en una casa compartida … obviamente, no ganaba nada de dinero”.

“¿Y cuánto ganas acá, pues?” continuó Luis, sentado en posición vertical detrás de su gran escritorio: las tripas del hombre descansaban de manera cómica sobre una gaveta salida del escritorio.

“Si el próximo año gano veinte mil Lempiras (800 USD) al mes y pago tres mil (120 USD) de alquiler por un apartamento adecuado, obviamente estaré mucho mejor …”

“Pucha. ¿Entonces Europa no es la gran cosa?

“No, pa’ na”.

Parecía disfrutar tanto de la conversación que entonces hizo que sus muchachos me trajeran comida china para llevar. Al día siguiente, al pasar a pagar una mesa, me dieron un guiso casero. Deliciosas ambas comidas.

¿Por qué?

Hondureños. Para ellos compartir es cuidar.

¿En Inglaterra, quién te ofrecería comida al acabar de conocerte?

Ni una sola alma lo hiciera, a pesar de que un inglés puede permitirse una comida para llevar mejor que un hondureño, no aceptarán a alguien con tanta amabilidad.

Ese pensamiento me lleva de regreso a la escuela.
Bueno, mejor dicho, me lleva de vuelta a simplemente crecer en Inglaterra. En la escuela, en la universidad y en el trabajo.

“Compañero, tengo hambre, ¿puedes partir a la mitad esa barra de chocolate que estás comiendo?”

“Jódete, amigo”.

Esa es la respuesta clásica de un inglés.

Sin embargo, en Honduras …

“Te veo estresado mano”.

“No he comido fíjate socio, no ando billete.”

“¿No has recibido tu salario?”

“No manin”.

“De hambre no nos vamos a morir, te llevo donde mi mamá y ella nos hará algo”.

El que ha estado hambriento, sabe lo que es vivir así, por lo tanto, no se lo desea a nadie más. Y así es el hondureño como tal, noble y profundamente cariñoso.

Entro en el supermercado y las cajeras coquetean y se ríen conmigo.
Entro en un taxi y los conductores me enseñan algo nuevo. Siempre ocurren conversaciones interesantes.
Compro algo para un completo desconocido y él se asegura de que me alimente bien.

Mis estudiantes de inglés disfrutan nuestras clases.

“Usted es diferente, señor Ben. Nos trata bien y no se cree mejor, cómo los otros gringos “.

Dele una sonrisa a un hondureño y él o ella le dará un abrazo.
Dele una mano a un hondureño y este le dará su corazón.

Esos son los tipos de personas que uno se encuentra en esta hermosa nación centroamericana.

Me ha pasado a mí, y estoy seguro de que siempre me sentiré completamente bienvenido, amado y cuidado mientras mis pies caminen por la rica tierra color marrón y mi corazón lata bajo los cielos azules y el sol abrasador de Honduras.

Ben Anson

"En el momento en que salgo (de un avión), noto que todo en mi cuerpo y en mi mente se reajusta para mí". Así lo comentó Gabriel García Márquez, cuando hablaba de su relación con el Caribe. Él sintió la conexión física y mental más fuerte posible con esta parte del mundo, y consideró que era "sepulcral" e inmensamente "peligroso" para él abandonar esa zona. Solo aquí "Gabo" se sintió "bien" con él mismo. Honduras hace eso conmigo -precisamente lo mismo que el Caribe hizo por Márquez. Una nación resplandeciente, pero problemática, de la que decididamente no he podido separarme desde 2014. Por lo tanto, trato de capturar su esencia a través de la palabra escrita.

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