Carta de amor a Honduras

Por Ben Anson

 

HAVANA TIMES – Mientras estaba sentado en una mesa de madera muy pulida con mi socio Padilla, y estudiaba desde lejos los espectaculares, enjaulados guacamayos, comencé a tener pensamientos profundos sobre Honduras…, una pequeña nación resplandeciente, que no se disculpa por su rica belleza natural, inmersa en una cultura fascinante, pero que de manera injusta es conocida únicamente por su violencia, corrupción, pandillas y pobreza.

Nómbrenme un solo país en la faz de la tierra que no sufra de alguna forma, ya sea leve o sustancial, de crimen y pobreza.

Las drogas, los gánsteres, los políticos corruptos y los homicidios ocurren y se encuentran en todas partes del mundo.

Bebiendo con bastante satisfacción mi capuchino recién hecho, escuché la efervescente conversación de dos chicas estadounidenses sentadas frente a nosotros. Una le contó a la otra que ya tenía veinticuatro años y que sentía que necesitaba “espabilarse”. Simpaticé con ellas y concurrí en silencio…

Justo como me he estado sintiendo desde mi cumpleaños en septiembre pasado.

Esta nación me ha enseñado mucho. Lecciones de vida de izquierda, derecha y centro. Este es un lugar en el que uno nunca pasa un día tedioso o, mejor dicho, no transcurren 24 horas sin algún acontecimiento notable. El hondureño es todo un personaje, de principio a fin. Todavía no he conocido a uno “aburrido” y dudo que alguna vez lo haga.

Revolviendo el café, una mente nostálgica me traslada a mi estancia en el sector caribeño del país. Ese mar profundo, brillante, cristalino, de color azul claro. Los pelícanos se deslizan sobre las olas mientras buscan peces. Los sonidos de la calle… los acentos de los hondureños negros – La garífuna*.

“¡Okay, papá!”

“Vaya, papi, ¡cuídese!”

Estas son frases que los negros ancianos te gritarán cuando pases cerca de ellos en la calle. Personas maravillosas. Tan fuertes, tan cálidas, tan genuinas.

“Esta casa mía también es tuya hermano”. Así dijo mi amigo mulato, Kesler, la semana pasada, mientras me quedaba en su casa junto a las doradas playas de su comunidad garífuna Tornabe. Chicas bien dotadas, de pelo rizo, atractivas y de raza mixta, a quienes se les lanzan cumplidos, pasean tranquilamente por su patio delantero.

“Ay, qué linda”.

Ellas siempre sonríen.

“Gracias, guapo”.

Jajaja….

El ron nunca hace falta. Nunca sale mal…

Este es un lugar fascinante; hogar de guacamayos, cocodrilos, manatíes, delfines, jaguares, ballenas, monos e iguanas. Las palmeras cubren toda la costa norte. Tal vida salvaje y paisajes yacen representados en los hermosos y pequeños murales pintados dentro de la cafetería donde Padilla y yo estamos sentados. 

Tengo tantos recuerdos. Buenos y malos, locos y francamente únicos. Lo que pasa con Honduras es que nadie en Europa podría creer la mayoría de las pruebas y tribulaciones por las que uno ha pasado.

Por ejemplo, comer comida china para llevar con pandilleros de la MS-13, en una noche de un día de semana común…, como tú lo haces…

Cazando con arpón una barracuda, en pantanos llenos de cocodrilos…

“Disfrutando de un momento” con una señorita, en la cocina, mientras su padre estaba hablando por teléfono en la habitación contigua…

Locura… locura constante y maravillosa.

Amo las colinas. Las enormes y exuberantes montañas verdes, que se tornan de color azul oscuro durante las fuertes lluvias y arrojan cascadas a intervalos aleatorios. Rodean todos los pueblos y ciudades en sus alrededores. La Patria de las antiguas sociedades amerindias que alguna vez deambularon como tribus libres antes y durante la conquista española.

El venerado guerrillero indígena, Lenca, célebre en su país, que luchó contra los españoles antes de ser asesinado; la moneda Lempira lleva su nombre en su honor. Él me mira con orgullo en un billete de Lempira mientras yo busco el pisto (el efectivo) juntos para pagar nuestros capuchinos…

La idea de tener que abandonar este lugar -siempre me deja con el corazón encogido.

Sin embargo, la verdad es que la mayoría de las veces es demasiado difícil de ganarse la vida por estos lares, no hay como conseguir dinero.

Creo que a principios del próximo año iré a otro país dentro de la región. No obstante, estoy desgarrado, he sido decididamente incapaz de separarme de este lugar desde 2014. Casi dudo de mi supuesta partida.

Cuando salimos del establecimiento, se escucha una canción popular y actual en la radio. Es un remix de reggaetón, producido constantemente en estaciones de radio locales.

“Yo te quiero pa’ mí,

No te quiero pa’ más nadie…”

Precisamente mis sentimientos, quiero que Honduras, tan difícil y dura como la vida aquí, sea siempre para mí.

“Pa’ ‘má’ nadie, tú sabes”…

Ben Anson

"En el momento en que salgo (de un avión), noto que todo en mi cuerpo y en mi mente se reajusta para mí". Así lo comentó Gabriel García Márquez, cuando hablaba de su relación con el Caribe. Él sintió la conexión física y mental más fuerte posible con esta parte del mundo, y consideró que era "sepulcral" e inmensamente "peligroso" para él abandonar esa zona. Solo aquí "Gabo" se sintió "bien" con él mismo. Honduras hace eso conmigo -precisamente lo mismo que el Caribe hizo por Márquez. Una nación resplandeciente, pero problemática, de la que decididamente no he podido separarme desde 2014. Por lo tanto, trato de capturar su esencia a través de la palabra escrita.

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2 thoughts on “Carta de amor a Honduras

  • Bueno, por lo menos este articulista ha hecho turismo y no lo ha tocado la pobreza. Disfrutando el paisaje, las comidas, a la gente. Y luego que? Siguió paseando por otros paises y oyendo reguetón? Si tanto le gusta vivir en Honduras que se consiga una nativa.

  • Hola Irina,
    Te recomiendo mi nuevo artículo si es que te interesa mas el lado oscuro de Honduras.
    Un saludo.

Comentarios cerrados.