Asientos reservados

Dmitri Prieto

Havana bus.  Photo: Caridad
Autobus en la Habana. Foto: Caridad

Cada vez que voy en guagua me fijo en la gente. Si voy sentado, trato de observar si hay cerca algún anciano, impedido o embarazada, para darle el asiento. A veces voy cansado y no lo hago de buena gana. Pero si me doy cuenta de que hay cerca una persona en esa condición y no le cedo mi puesto, sé que la conciencia me va a roer durante y después del viaje.

Por eso prefiero cumplir con las normas de civilidad y con el afecto por la gente que tienen una vida más difícil que la mía. Si voy de pie, trato de colocarme en una posición para que las personas que necesitan un asiento puedan pasar a tomarlo.

Y es que las guaguas en Cuba (como los medios de transporte en otros países) tienen asientos reservados, precisamente para impedidos, embarazadas y personas con niños de brazos. A veces la persona que pretende sentarse debe sacar el carnet de impedido o de embarazada. Porque hay gente que no liberan tan fácil sus asientos.

Mi papá me cuenta que antes no era así; el acto de ceder el puesto era espontáneo y también se aplicaba -como norma de caballerosidad- a cualquier mujer si el pasajero sentado era hombre joven.

Hoy, muchas veces se forman discusiones, sobre todo si los asientos correspondientes al status de la persona de pie están ya ocupados. ¿Si están llenos los asientos de impedidos, y llega un viejito con un bastón, tendrá derecho de sentarse en el asiento de embarazada? ¿Y si le dan el asiento y se sienta, que pasa si llega una embarazada y el otro asiento está lleno? A veces es triste ver a esas personas de pie, cuando los puestos correspondientes a su condición están todos ocupados.

Recuerdo que una vez, cuando hablaban de los viejos tiempos, mi tía y mi padre criticaron la misma idea de los asientos reservados. Una persona educada debe ceder su puesto a quien lo necesite sin reparar en las reglas formales, decían.

Después me di cuenta que esa costumbre de los asientos reservados existe en muchos países, independientemente de los sistemas sociales e ideológicos. Parece que el virus del formalismo no tiene nacionalidad cubana; se trata de una pandemia.

En medio de la violencia característica de nuestro transporte público, una vez se me ocurrió una solución radical, pero también formal.

¿Qué tal si numeramos todos los asientos de la guagua, y las personas que “cumplan” con la condición de preferencia puedan sentarse consecutivamente, según se van llenando los asientos?

Sería como formalizar la regla de cortesía, y nadie podría reclamar si ocupa el puesto número 8 y llega una embarazada, estando los puestos del 1 al 7 ocupados, digamos, por ancianos, impedidos y personas con niños… Quizás sea más simple establecer esa regla que armar nuevas campañas de marketing social.

Total, ya en la antigua Babilonia había una clara convicción de que “la juventud está perdida”…  (Aunque los que se aferran a sus asientos, dejando de pie a los pasajeros más necesitados de ellos, no siempre son tan jóvenes).