Un alto en el camino

Por Armando Chaguaceda

Foto del campo cubano por Arnoldo Labarada

HAVANA TIMES – He decidido terminar, con la presente, esta serie de columnas escritas en el marco de la cuarentena, porque esta parece extenderse mucho más allá, con una duración y legado inciertos. Y prefiero acogerme a una suerte de retiro, íntimo y reflexivo, de cara a lo que viene. Comparto con ustedes algunas ideas apuradas sobre lo que constituye mi imperfecta visión del mundo que creo deseable vivir.

Soy un hombre moderno, urbano y parte de eso que llamamos Occidente. Esa es mi herencia y mis fronteras. Es mi posibilidad y mi límite. Desde ahí interpreto mi mundo, enhebro memoria y destino. Me siento bien de no atesorar verdades últimas ni respuestas para cada desafío de la naturaleza o de nuestros semejantes. Persona, comunidad y naturaleza deben armonizarse, igualmente, la ciencia, libre de dogmas y tiranías, es el mejor modo de conseguirlo. Tanto en su cara técnica, para interactuar con nuestro entorno, como en la social, orientada a la explicación y prospectiva de los asuntos humanos.[1]

En estos tiempos de temor y demandas de protección a Dioses o gobernantes las autoridades deben ser electas y auditables, pero -siempre que no cambien las reglas para perpetuarse o suprimir la oposición- autorizadas y habilitadas para gobernar eficazmente. La ciudadanía tiene, ante todo, el derecho a expresarse en la voz, la urna y la plaza. Eso implica, además, el deber de ser reflexiva, responsable y solidaria. En estas semanas, retirarme en cuarentena ha sido no solo el mejor modo de protegerme junto con mi familia; también es la manera de evitar el contagio ajeno, cuidar a los ancianos y enfermos, no sobrecargar el sistema sanitario y a sus esforzados trabajadores y especialistas.

Garantizar el disfrute individual de bienes colectivos -empleo, salud, alimentación, seguridad- es un fin valioso de toda colectividad. Sin medios -económicos, institucionales- para sostenerla, cualquier apelación a la Vida Buena queda en vana retórica. Por eso, la soberanía productiva y la solidaridad redistribuida entre clases, familias, regiones y países, ordenados según criterios de salubridad pública y desarrollo sostenible, debería ser parte central de la economía del mañana.

Varios siglos de historia lo demuestran- que la República moderna -liberal y de masas- es el mejor modo, conocido y perfectible, con el que podemos conseguir el Gobierno de los Hombres y la Administración de las Cosas, evadiendo las trampas del individualismo posesivo y el autoritarismo inapelable. 

Estoy cansado del liberalismo salvaje de la clase media que sigue violando el pacto sociosanitario, acudiendo a actividades de ocio y consumo suntuarios. Que confunde cualquier limitación, prudente y regulada, de sus derechos a la movilidad y el consumo, para proteger la vida de la comunidad, incluida en esta la suya. Tengo repulsión por los gendarmes que proponen, con mal disfraz de padre protector, canjearnos seguridad por libertad. Sin saber -es más, con la sospecha- que sería un mal negocio en el que ganaríamos algo de la primera, sacrificando toda la segunda.

Las grandes crisis ponen a prueba todo lo anterior, que no hay finales predecibles, nefastos o luminosos. Pero si obramos de modo activo y reflexivo, con humildad perseverante, podemos salvarnos y, tal vez, conseguir algo parecido a la felicidad. Hasta pronto.

 

 

 

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