México: la izquierda caníbal

Armando Chaguaceda

Enrique Peña Nieto, el presidente de México por el PRI.  Foto: wikipedia.org

HAVANA TIMES — En América Latina conocemos bien los modos y mañas de las variopintas derechas locales. Las hemos tenido –y sufrido- oligárquicas y modernizantes, rancheras y sofisticadas, furibundamente nacionalistas y compulsivamente aperturistas.

Y, en todos estos años, sus élites han tenido el suficiente sentido común para montarse al carro democrático cuando esto ha sido redituable. O para mandarlo al basurero cuando una dictadura les guarda sus privilegios, cobrando en la sangre del pueblo las cuotas debidas de sacrificio y plusvalía. Pero casi nunca les ha fallado el olfato político ante lo estratégico, lo urgente y lo importante.

Los que no parecemos aprender somos quienes integramos la familia abnegada y folclórica de las izquierdas latinoamericanas. Parece que aprendemos a (con)vivir en democracia, pero la disfrazamos de mil apellidos (participativa, popular) para terminar vaciándola de contenidos reales.

Sustituimos los dogmas del marxismo soviético con ondas light y progres (ambientalmente verdes, sexualmente diversas, culturalmente abigarradas) que terminan distorsionando los proyectos auténticos de ecologistas, feministas y pueblos originarios.

Invocamos al asambleísmo y la participación para consagrar, en manos de un caudillo o un tonto útil, la solución a nuestros problemas cotidianos y nuestras miradas a largo plazo.

Tras haber alcanzado su pico histórico de resultados electorales el pasado julio y con el refuerzo del combativo y refrescante movimiento juvenil (#Yosoy132), la izquierda mexicana parece hoy abocada a la irrelevancia o, peor aún, al suicidio como proyecto verdaderamente alternativo de país.

Luce desorientada, dividida y sin rumbo en estos días de consolidación de la restauración del PRI*.   Mientras el nuevo presidente toma la iniciativa en todos los frentes, la izquierda oscila entre la alianza con el “modernizador” y la oposición frontal sin propuestas viables.

Cabe preguntarse por las causas de este vacío de dirección en la izquierda, cuya fuerza parlamentaria y social se disipa en la confusión, la parálisis y la desconfianza.

Para colmo de males, los intentos de regenerar movimientos nacionales –como el encabezado por Andrés Manuel López Obrador- recurren a viejas prácticas: abundan los ungidos, los dedazos y las cúpulas.

En las manifestaciones a propósito de la toma de posesión del presidente Enrique Peña Nieto gente legítimamente cabreada y políticamente consciente coincide con agitadores profesionales, nunca reducibles a ser meros porros infiltrados.

Y se roban la “foto del día”: destruyen propiedad pública y generan brotes de violencia estéril, del tipo que podría justificara en el futuro –con aval de un sector de la ciudadanía- movidas gubernamentales que restrinjan el legítimo derecho a la protesta.

Mientras, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, promisorio proyecto educativo (y por ende político) de educación superior gestado desde el gobierno del Distrito Federal (en manos del PRD), hace aguas en medio de la incapacidad para el diálogo, la usurpación de funciones y la toma de partido de antiguos mediadores, transmutados (como el filósofo Enrique Dussel) en actores contendientes dentro de la disputa.

Frente a tanto desvarío uno se pregunta, sin pecar de idealistas, ¿dónde están hoy líderes como Heberto Castillo, inspiradores como José Revueltas, movimientos como los de 1968, 1985 y 1988?

¿Por qué no se aprovecha y actualiza el rico legado de políticas incluyentes y movimientos democráticos que ha forjado la izquierda, en las últimas décadas, en este bendito país?

Duele ver y sentir como, en una nación del peso y trascendencia de México, la complejidad de problemas acumulados no cuenta con una izquierda que los lleve a buen puerto, mientras la agenda política de las derechas –esas que tan certeramente ha dividido el sociólogo Roger Bartra en una de talante postrevolucionario y otra conservador- se encarrila sin freno alguno por los cauces de la política y opinión públicas.

Al punto de que, si los actuales gobernantes lo llevan medianamente bien –como hasta ahora parecen hacerlo-  su dominio de la vida política nacional está asegurado por buen tiempo.

Ante este panorama la promesa de un actuar combinado de la izquierda política (dentro de las instituciones) y de la presión ciudadana (en movimientos sociales democráticos) sigue durmiendo el sueño de los justos…con el riesgo de no despertar jamás.

Y Nno le echemos, en exclusiva, la culpa de lo que pasa a “las mafias del poder”; buena parte de la responsabilidad recae en esta izquierda caníbal, solipsista e inmadura que hipoteca su futuro y la esperanza de tantos millones de mexicanos.

El antídoto a semejante padecimiento existe: se basa en el inconmensurable magma de creatividad, energías y legados progresistas y democráticos acumulados en este país; sólo falta echarlo a andar.
—–
(*)  Respecto a los problemas acumulados de la izquierda mexicana recomiendo el libro “Apuntes para el camino. Memorias del PRD” de la académica y militante Rosa Albina Garabito; para un agudo diagnóstico de la situación actual ver de la periodista Jesusa Cervantes el texto “Izquierda Diluida

 

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