La meditación. Crónicas de una pandemia 3

Por Armando Chaguaceda

Celebrando la vida

HAVANA TIMES – Lo que vivimos no tiene parangón. No es una guerra, en la cual sabemos desde dónde y de quién proviene el ataque. Tampoco es un sismo, que cobra de un solo golpe su cuota de muerte.  Mucho menos un huracán, ante el que podemos prever, proteger y huir. Lo más parecido a esta pandemia, para un moderno habitante urbano, es la amenaza terrorista.

Comparte con ella la imprevisibilidad del riesgo, la instantaneidad del horror, la familiaridad inofensiva del portador. El terrorista puede ser cualquiera de nosotros, sin que los demás lo sepan. El virus puede estar en cualquiera, sin que uno mismo lo sepa. El enemigo no es ajeno, vive dentro de nuestras células y sobre nuestras paredes. Por eso, la paranoia se instala, vuelta actitud cotidiana, afectando la resiliencia en esta espera de desconocido final.

Como casi todos en este mundo -en especial en Occidente- yo temo a la muerte. Y no solo por ser un viaje a lo desconocido, asociado al dolor y la pérdida, algo doblemente inquietante para un ateo como yo, sino por haberme asomado antes a sus fauces.

Hace un cuarto de siglo -escrito así, adquiere más gravedad que si pongo 25 años- contraje leptospirosis, la enfermedad del ratón, le llaman en Cuba. Con un organismo en plena juventud, me ingresaron en Terapia, con riesgo para mi vida. Luego permanecí hospitalizado tres semanas, en un centro militar. Las sensaciones físicas y espirituales más extremas las viví entonces. No quiero revivirlas, tampoco presenciarlas en derredor, en la gente que me importa.

Pero si algo me dejó aquella experiencia fue la certeza de que, además de un buen tratamiento, la paz interior y el apoyo familiar pueden ser decisivos para superar cualquier contagio mortal. Durante aquellos días, en la medida que mi cabeza y ojos fueron mejorando, disfruté de músicas y libros ajenos a mis hábitos. Repensé lo que hasta ayer me traumaba -las peleas de mis padres, la separación de la novia, la buena nota que no alcancé- poniendo todo en su justa perspectiva. Y disfruté, como nunca, de la compañía de mi padre, quién no se separó jamás de mi lado. Nunca, antes o después, hablamos tanto y tan profundo. De todo.

Ahora que avanza, despacio, la primera semana de cuarentena, busco esos resortes dentro de mí. Disfruto más cada broma de mi perra. Atiendo mejor cada conversación con mi esposa. Paladeo los sabores ocultos detrás de su sazón. Me esmero al preparar la mesa. Resignifico el ritual del libro abierto, el color de la pared que se yergue ante mi cama. Convertimos, juntos, la azotea en solario y patio de juego. Imponemos, según los consejos, hábitos y espacios segmentados, que otorguen sentido a cada actividad y momento del día. Tomamos clases virtuales. He pensado, incluso, en volver a sembrar flores y especies aromáticas.

Todo esto -y más- será necesario, pues no sé cuánto demoraremos en la actual situación. Si a eso sumo la distancia -física y comunicativa- con nuestros seres queridos, todo lo que hagamos por preservar el equilibrio será poco. Nuestros padres, en la Isla, son personas mayores. Y la opacidad y el despropósito con que La Habana, al igual que muchos otros Gobiernos, ha manejado la crisis, es aterradora. La normalidad no regresará porque la imitemos, negando la amenaza. Pero debemos sobrellevar del mejor modo posible esta pandemia. En estas horas aciagas, la sindéresis nos hará mucha falta, seamos estadistas o simples ciudadanos.

 

Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda: Mi currículo vitae me presenta como historiador y cientista político.....soy de una generación inclasificable, que recogió los logros, frustraciones y promesas de la Revolución Cubana...y que hoy resiste en la isla o se abre camino por mil sitios de este mundo, tratando de seguir siendo humanos sin morir en el intento.

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