La insoportable levedad de Žižek

Armando Chaguaceda

HAVANA TIMES — Aunque no pase de ser una broma repetida desde hace años –Slavoj Žižek y Lady Gaga viviendo un serio affaire, ¡con mudanza incluida¡– es de esas que se parecen demasiado a la realidad.

Pocos seres en este mundo son tan compatibles. El filoso poscomunista y la artista estadounidense, criaturas polémicas, publicitadas en revistas de aeropuerto, exitosas en la sociedad del espectáculo. Es que hasta sus apellidos riman, cual marca globalizada. Haga la prueba: cierre los ojos, transpórtese con la imaginación a un mall, imagine un cartel luminoso que diga Gaga & Zizek y recree la larga fila de adolescentes, punks, fresas o bandas, disputándose las prendas con las silgas de sus ídolos: G & Z.

Esta columna es personal, como los gustos de quien la escribe. Por eso, si esperan un tratado que deconstruya, aquí y ahora, los argumentos del filósofo, cierren el link. No es el lugar. Pero si algún lector ha sentido lo mismo al leer la prosa del profesor esloveno, tal vez la disfrute. Y entienda, desde las neuronas o los intestinos, lo que estoy diciendo.

Me tiene sin cuidado el Zizek que apuesta a ser, a la vez, un buen producto y su empresario; pero me fastidia el Zizek intelectual público. Por su ligereza al banalizar –ay, Hanna Arendt, que clara estabas–, frente a décadas de infamia y montañas de víctimas, la naturaleza y legado del totalitarismo. Por establecer falsas simetrías entre aquella máquina de crímenes y los reales –y denunciables– problemas de las sociedades liberales. Por posar, emulando con Vattimo y otros de su estirpe, de leninista cool sin hacer justo balance de semejante legado.

Y es que a este criollo, nacido en tierras y tiempos que tienen más de real que de maravillosos, le molesta la liviandad de cierta gente. Esos que, bajo las envidiables condiciones de los estados de bienestar y los gobiernos democráticos, se pasan de “post-algo” o “post-todo”. Y cuyas flaquezas solo son superadas por la cohorte de adoradores ligeros, atesorados en los rincones jodidos de este mundo, esos donde las promesas de la Modernidad permanecen incompletas o incumplidas.

No, Slavoj, no coincidimos en tu forma de ser postliberal y postmarxista. Comparto tu visión por enfatizar, en la lucha por la democracia, el papel de los excluidos. Pero, antes de citar tus exculpaciones totalitarias, me quedo con un Bahro doblemente enfrentado a las mentiras de Honecker y Adenauer. Con los filósofos y sociólogos de Praxis que rescataron 20 siglos de tradición autonómica para acompañar los experimentos antiestalinistas de los trabajadores yugoslavos. Con el Foucault que develó las mil trampas del poder escondidas detrás de todas las instituciones humanas. Con el Lefort que se nos fue, demasiado pronto, dejándonos en medio de la discusión totalitaria.

Prefiero, a tu prosa horadada y sin salidas, la sabiduría de mi amigo Anselmo, informático y vendedor de ron; el mejor sociólogo que se perdió una isla del Caribe. Y que al leerte, después de su aventura cotidiana, de seguro repetiría aquella sonora frase reservada a los diletantes del momento: “Asere, Chiche, que volá?”