Impresiones de un bárbaro en Roma
Armando Chaguaceda
HAVANA TIMES — Hace semanas que tenía pendiente esta crónica. Me la piden amigos, los colegas editores de HT y hasta conocidos extrañados por mi silencio en las redes sociales.
Pero, sobre todo, trataba de convencerme de que podría decir algo distinto, interesante, más allá de la crónica de viajero – como podría haber sido la de cualquier galo o bretón que visitase el corazón del Imperio romano- o el incompleto análisis de un mundo complejo como el estadounidense.
Así que, ahora que me decido, intento encontrar en mis recuerdos las cosas que más me impresionaron del viaje.
Y me doy cuenta que no fueron las construcciones impresionantes, la organización de la sociedad, los paisajes hermosos. Aclaro: no es que me desagradasen el bullicioso cosmopolitismo neoyorkino, el ordenado urbanismo de Washington o el ambiente tropical de Miami. Pero resulta que me impactaron más olores, actitudes y credos que creí percibir en esa multicolor población que habita al vecino del Norte.
Lo primero que más me sacudió fue percibir, al menos en los tiempos y lugares por los que merodeé, una presencia constante de la bandera de las barras y estrellas. Sobre jardines y fachadas de casas, en autos y comercios, en instituciones y parques públicos, la enseña nacional ondeaba orgullosa a la vista de todos los visitantes, que nos tomábamos fotos tratando de dejar huellas de nuestro paso para el álbum familiar.
Y la impresión que me quedó, hablando con varios locales, era una suerte de íntimo afecto por ese símbolo, cual si fuese tierra neutral entre los credos, razas, procedencias nacionales e ideologías que conforman la identidad estadounidense.
Otro detalle, estrechamente ligado al anterior, que acompañó –e incomodó- toda mi estancia, fue las muestras de segregación y hostilidad que percibí, en diálogos y actitudes, entre personas procedentes de los grupos subalternos de la nación americana.
Afroamericanos, latinos, descendientes de latinos, cubanos –estos últimos, un grupo especial- me hablaban, una vez superado el momento de la desconfianza, con mezcla de recelo y rechazo de los otros habitantes no WASP, de aquella prodiga tierra.
Era como si no compartiesen suerte de insertarse –salvo los migrantes cubanos, por razones muy particulares y contingentes- en los escalones menos favorecidos de la sociedad y economía norteñas.
Lo último –pero no por ello menos importante- es la huella que dejaron en mis papilas y fosas nasales los efluvios de la cocina cubana, reencontrada, en toda su magnificencia, en Miami.
Desde Versalles a La Carreta, del Palacio de los Jugos al Mojito, mis reencuentros con las croquetas y los pastelitos de guayaba, con las champolas y el lechón con congrí y yuca frita desataron las pasiones y jugos gástricos, llevándome a preguntar si los cubanos no podríamos acuñar la categoría del exilio o emigración gastronómicos.
Y que conste que ese juego con los placeres alimenticios nos arrastro a varios de los recién llegados, que coincidimos en foros académicos de la Florida International University o en los pasillos de Latin American Studies Association. Pero sobre este último tema ya tendré que contarles en próxima(s) entrega(s).
Nunca habia yo comido una Medianoche antes de visitar a Miami. Que delicia! Ahora ya se puede encontrar nuevemente en La Habana pero nunca con el sabor del que comí en Miami…
Pero Miami estaba aburrida?
Evidente e inevitablemente, en el periplo ganaste unas cuantas libras.
Hay una parte del alma de Cuba que desapareció en La Isla y se conserva entre los exiliados. Es la Cuba de los Reyes Magos, La Virgen del Cobre y la cocina cubana.
Sin duda las esencias de la nación cubana se recuperarán en cuanto la libertad vuelva a Cuba.
Armando y Joahanna:
Que gusto saber de Ustedes por este medio y que hayan tenido la oportunidad de conocer finalmente el “Imperio” y que tengan su propia impresión, para que nadie les cuente. Sigan adelante con su vida, cosechando éxitos y espero verlos pronto.