Apariencias

Caridad

Un profesor de filosofía, de esos buenos profesores es que cada vez escasean más, nos dijo una vez que la verdadera discriminación tenía su raíz en el poder adquisitivo de la persona.

Al momento estuve de acuerdo con él.  Y en desacuerdo.  Ya sabemos que todo está sujeto a la relatividad.  Por eso no me pareció adecuado que un profesor de filosofía se atreviera a dar un concepto tan contundente.

Pero en Cuba eso va reafirmándose como una realidad.  La discriminación de sexo y raza -al no ser oficiales-  se hacen menos evidentes y se dejan tomar terreno por la discriminación social hacia las personas de menor poder adquisitivo.

Hace unos días viajaba en una de esas guaguas poco comunes, de las que se mueven con escasos pasajeros. Iba sentada al fondo rodeada de otros dos asientos desocupados y vi venir hacia mí una familia numerosa, a toda luz demasiado humilde -posiblemente orientales-.  No me agradó la idea de que aquellos 4 niños y sus padres se sentaran junto a mí, seguro irían gritando y fajándose todo el camino.

De todos modos  -pensé-  esos niños no tienen la culpa de que los eduquen mal; y ayudé a la más pequeña a sentarse en el asiento demasiado alto para ella.

– muchas gracias.

La niña no tenía más de cuatro años y me estaba dando las gracias.  Me reí mucho de mí misma, en todo el viaje apenas escuché sus voces.

Siempre trato de luchar contra el más mínimo síntoma de prejuicio que surja en mi persona.  Esa vez me tomó por sorpresa, yo, como la mayoría de la gente, juzgué  a esas personas por el color tostado de su piel -orientales-  por la ropa muy usada, sus zapatos gastados y su exceso capacidad procreativa.

Ayer mi padre estuvo en una tienda para comprar una toalla.  La dependienta lo miró antes de despacharle y le advirtió: “aquí cobramos en divisas” y le dio la espalada.

A ella le pareció que mi padre era incapaz de poseer divisas (CUC) para una toalla.  A ella le pareció que él no era alguien digno de su atención.

Tengo un amigo gay que poseía en su madre su mejor fuente de dolores de cabeza.  Ella intentaba controlarlo todo el tiempo, todas sus salidas, buscaba muchachas  -hasta las menos adecuadas-  para que se hicieran novias de él sin querer escuchar las razones de mi amigo.

Él ya tenía un novio, no necesitaba más.  Pero no tenían donde vivir.  Así que debían verse en la calle, en casa de los amigos.

En un momento esa relación llegó  a su fin.  Mi amigo encontró otra pareja.  Para su suerte este sí tenía casa y muchísima mejor economía personal.  Casi todos los días visitaba al apartamento de mi amigo con un regalo para la madre.

“Este amigo de mi hijo sí es bueno…” dijo un día la madre, contenta con la felicidad de su hijo.

Existe un chiste entre los cubanos, que quizá surgió en alguna obra de teatro.  Una joven le dice a su madre que tiene un novio, pero es negro.  La madre pone el grito en el cielo.  La muchacha se apresura a decir: “Pero tiene un Lada, una casa, y es director de una empresa.”

La madre sonríe y la abraza, “ay, mi amor, entonces es rubio de ojos azules.”

¿Cuánta razón tenía mi profesor de filosofía?