¿Quién lanza la primera piedra?

Por Ammi

HAVANA TIMES – El barrio está dormido, solo Pilar -sentada en su portal- comienza a tejer las primeras horas con el sonido lejano de una radio descompuesta. Me mira. Me saluda desde lejos como si quisiera abrazarme.

Nunca he tenido con ella más que un intercambio de un simple “HOLA” o un ¿“Cómo está”?, pero aquellos que sufrimos de otra sensibilidad podemos sentir conexiones extremadamente extrañas, imperceptibles para otros.

El punto es que se me queda grabada la imagen de esta mujer arrastrando sus chancletas gastadas. Todo en ella es viejo, maltrecho, como si sus manos nunca hubiesen sentido la textura de algo nuevo, como si su nariz no conociera el olor del producto recién hecho.

Y como cosa del otro mundo, como si leyera mis pensamientos, me mira, agranda los ojos y me dice: “Oye, tú, lo que dicen las noticias, hay miles de muertos en el Norte, no hay comida, ni medicina y mi hijo…. Ay, Dios y la Virgen me lo cuiden”.

Se me estruja de nuevo el pecho. Siento de nuevo su voz medio apagada por el nasobuco (nombre que recibe en Cuba la mascarilla sanitaria): “Si no estuviera este dichoso virus, yo te iba a invitar a mi casa y te iba a contar cada cosa…”.

Como dicen, la curiosidad mató al gato, y fue como una inyección de intriga que me alborotó hasta el sistema inmunológico y con voz baja le dije : “Bueno, si mantenemos la distancia social, es posible que podamos conversar”.

La señora casi brinca de alegría. Me invitó a entrar. El café estaba aún caliente. Mientras su aroma estaba en el aire, se mezclaba con una sarta de palabras e imágenes que danzaban como en una gran orgía en descripciones sencillas, pero claras, en la memoria de la mujer.

Le pregunté por su hijo y se le nubló la mirada: “Él se fue de Cuba hace mucho tiempo. Era cristiano.  En New York es pastor de una iglesia. Le va muy bien, bueno eso creo yo, no sé  ahora con esto de la pandemia” – me dice como en un suspiro largo.

Trato de darle ánimo y le comento que de seguro vendrá a visitarla cuando todo pase y me dice: “Qué va, mija ¿tú estás loca?. El juró que nunca vendría. A ese hijo mío me lo levantaron una noche de la cama y se lo llevaron a trabajar al campo como si estuviera preso”.

“A ese lugar le decían la UMAP. Para allí se llevaban a la gente diferente y mi hijo era bueno. Pobrecito, a los seis meses de estar en ese sitio no se parecía a él. Se veía flaco y ya no tenía esa sonrisa linda de mulato habanero”. La señora sonríe y le corre una gotita de luz por la mejilla, que se le pierde luego en un surquillo del rostro.

Siento pena por ella y como para refrescar el tema le pregunto cómo está haciendo para conseguir comida. Al responderme, abre enorme los ojos: “Pues nada, yo no puedo comprar nada, no puedo estar en la calle, pero igual tampoco tengo dinero jajajaja”.   

Al verme en toda esta situación siento que estoy al borde de un derrame de emociones. Respiro y me controlo mientras observo tanta pobreza a mi alrededor y tanta riqueza de espíritu.

Estoy segura que algo notó en mí esta mujer, pues, como para consolarme, me abre el refrigerador y me dice: “Mira, mi niña, aquí tengo arroz, un poco de espaguetis, macarrones, ¡un huevo…,  ¡ah! y una latica de atún que me regaló el vecino Armando. Sí, Armando el que vive al doblar, el que alquila a extranjeros”.

Y como para golpearme fuerte la cara con sus palabras me dice: “¿Te hace falta algo? Lo que quieras lo coges, sin problemas”.

Y eso también, Pilar, tu manta, tu anillo… ¿y tus zapatos, Pilar? Me martillan los versos de Martí en la cabeza.

Quedamos en silencio unos segundos como respetando los sentimientos más íntimos. Se levanta y como una niña malcriada e insistente me pregunta: “¿Vas a venir mañana?  Di que sí y hablamos un poquito más”.

Se ríe y dando el ultimátum dice en complicidad: “¡¡¡Y el que no haya sentido el deseo de hablar en estos días con alguien, pues que lance la primera piedra!!!”.

En estos tiempos de aislamiento historias como estas se repiten. Cada cubana tiene vecinas en estas condiciones. Dar apoyo no solo material, sino también afectivo, nos ayudará a sobrevivir con más entereza.

 

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