Howard Zinn: Bueno entre los buenos
Alfredo Prieto
Howard Zinn ha muerto. Junto con Noam Chomsky y Edward Said (1935-2003), es uno de los más interesantes pensadores radicales del siglo XX norteamericano.
Marcada por experiencias como el movimiento de los derechos civiles, la Guerra de Vietnam, los Papeles del Pentágono, el escándalo de Watergate y la crisis de legitimidad a él asociada,
esta trilogía de intelectuales va a construir un pensamiento alternativo ante las presunciones del poder y sus agencias, un dato que los unifica al margen de temas, énfasis y estilos característicos.
Absolutamente contestatarios, herejes, no califican ni por asomo como intelectuales de gabinete o simples profesores universitarios: su reflexión se ve permanentemente acompañada –y alimentada– de un activismo que desarrollan en sus respectivos campos de acción y en el contacto directo con bases y actores sociales, por lo cual sufrieron detenciones y hasta eventualmente despidos durante los momentos más álgidos de las protestas antibelicistas de los años sesenta, tanto dentro como fuera de los predios universitarios.
Su mayor aporte radica, sin dudas, en la lectura e interpretación de la historia. A People´s History of the United States, tenido por su mejor libro, resume de alguna manera las claves que recorren su obra ensayístico-historiográfica precedente, integrada entre otros por estudios que mucho dicen acerca de sus preocupaciones fundamentales: Vietnam: The Logic of Withdrawal (1967), Disobedience and Democracy (1968), The Politics of History (1970) y Postwar America (1973).
Concibió siempre la escritura de la historia como un acto de toma de posición. E n efecto, prescindió deliberadamente de cualquier asepsia y de esa pretensa objetividad que recorre la autoconciencia de la academia del mainstream.
La neutralidad, nos dijo, en rigor no existe. Siempre hay un punto de vista: sobre la guerra, sobre la igualdad sexual, sobre los derechos civiles o sobre otros asuntos que incidirán en la selección de sucesos emprendida por todo historiador, así como en el modo de discutirlos y resolverlos.
Esto ha invadido las prácticas escriturales históricas, de Hernán Cortés al Padre Las Casas, de Henry Kissinger a Eqbal Ahmad. Su libro de memorias es inequívoco al respecto: You Can´t Be Neutral in a Moving Train (1994).
También nos legó una filosofía de la historia, nutrida en gran medida del marxismo clásico, donde el individuo existe en la medida de los procesos histórico-sociales que encarna, pero a la vez no se anula.
A diferencia de los valores vigentes en la cultura dominante, Zinn suscribió un enfoque de la independencia de las Trece Colonias que, a contrapelo de las historias tradicionales, no se regodeaba ni en padres fundadores, ni en legados presidenciales, para subrayar en cambio el papel de los sectores populares en la independencia norteamericana y, de hecho, en toda la historia de los Estados Unidos.
Acaso lo que constituye el principal rasgo característico de su manera, aquello que le dio mayor notoriedad, es el reconocimiento y validación del protagonismo histórico de los excluidos: indios, negros, mujeres, trabajadores pobres, marginales, soldados, ser una suerte de Bernal Díaz del Castillo en la otra América.
Vistos desde la “historia oficial,” si esto existe en los Estados Unidos, por él hablan los indios, los negros y las mujeres. Zinn no habla de los americanos nativos, sino desde los americanos nativos, ni de los negros, sino desde los negros, ni de las mujeres sino desde las mujeres, como queriendo dar voz propia a gente sin historia.
De manera explícita o implícita, se detuvo siempre a deconstruir mitos fundacionales contenidos en textos escolares al uso, y a subrayar en ellos la existencia de una operación de limpieza que suprime o minimiza capítulos más bien nefastos de la historia nacional y se manifiesta, además, en la permanencia de patrones racistas hacia los pobladores autóctonos y hacia los afroamericanos.
Reaccionó así a un proceso de representación y apropiación del pasado edificado sobre una perspectiva capitalista, blanca y masculina que sirve como vehículo de preservación del status quo: se trata, en dos palabras, de la contribución de la escuela a la reproducción ideológica ampliada. Quien controla el pasado –escribió una vez citando a George Orwell, uno de sus autores favoritos– controla el futuro. Y él nos enseñó a no dejarnos controlar por los poderes fácticos.
Fue bueno entre los buenos. Merece recordación y honor no sólo porque se puso al lado de los débiles, sino también porque lo hizo con la lucidez ejemplar de quien llegó para quedarse.