Mandaron un anónimo
Alfredo Fernández
“Mandaron un anónimo… por eso ahora la empresa está que arde.”
No por reiterado el texto me acostumbro a escucharlo. Y es qué jamás llegaré a comprender porque para denunciar el mal funcionamiento de una empresa o la corrupción de un dirigente haya que enviar anónimos.
Parece que el status de no persona a que desapercibidamente arribó la población cubana luego de cederle al Estado sus derechos, ha terminado por instalar al anónimo como la única opción segura que tienen los obreros para denunciar lo mal hecho.
“El anónimo.” protesta furtiva de quien de verse implicado en lo que acusa le resultaría casi imposible defenderse, formula oculta y resguardada del trabajador que quiere expresar su última y verdadera opinión acerca de su empresa.
Aquí el documento sin firma, es el modo más seguro de proceder para denunciar lo malversado, para decir quiénes son los beneficiados, o incluso precisar las truculentas maniobras en las finanzas.
Si ocurriera el caso de que un obrero denuncie el mal funcionamiento de su organización, asumiéndolo de manera directa y decidida, éste tendrá automáticamente sobre si, la presión de un sindicato que hará cuanto esté a su alcance para redimirlo de facto, sindicato que casi en su totalidad se preocupa más por los dirigentes que por los trabajadores.
Lo anónimos en Cuba, suelen ser tomados muy en serios por los dirigentes superiores, ya que casi siempre sus datos son tan novedosos como ciertos.
Recuerdo que una investigadora del Instituto de Estudios e Investigaciones del Trabajo (IEIT) me dijo que, años atrás, quedó consternada cuando en una investigación en el MINBAS (Ministerio de la Industria Básica) descubrió que allí se había creado un vice-ministerio sólo para que atendiera anónimos.
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