Dos cartas, un país que espera

Alfredo Fernández

HAVANA TIMES — Desde hace varios días atrás se ha vuelto parte de los comentarios cotidianos de esos que habitualmente “bajamos cosas” de la Web.2.0 en Cuba, dos cartas abiertas que se pasan ya bien sea un correo electrónico a otro, o de memoria USB a memoria USB, incluso los que aún no tienen ordenadores en su casa –que en Cuba no son pocos- han optado por imprimirlas.

La primera carta fue escrita por el politólogo y director de la revista Temas Rafael Hernández, publicada en el mes de mayo en el sitio “La joven Cuba”, se titula  “Carta a un joven que se va de Cuba”. En ella el autor crítica los jóvenes de dos generaciones precedentes que optan por abandonar el país como única solución a sus problemas.

La segunda carta llega rubricada por Iván López Monreal y es  la contestación a la misiva de Rafael, se titula “Carta de un joven que se ha ido de Cuba”, y aunque no he tenido manera de autentificar su existencia, al menos puedo garantizar, que quien la escribe es un conocedor de la juventud cubana y de sus deseos más enconados. Según su autor está escrita en Pomorie, ciudad balneario de Bulgaria.

La carta de Rafael está redactada desde la posibilidad real de una “Revolución” rescatable. Esto, siempre y cuando se unan esfuerzos a fin de construir el socialismo, de ahí que Rafael emplace al presunto joven emigrante desde su paradigma partidista preguntándole: “¿Por qué será que nunca te hicieron leer en clase “El socialismo y el hombre en Cuba?”.

Al citar al Che Guevara, un ideólogo de la Guerra Fría, y retrotraerse a la inexistente bipolaridad de capitalismo vs. socialismo, Rafael, si bien no niega la posibilidad de un dialogo serio sobre la nación, si se muestra intelectualmente incapaz de captar la complejidad de los tiempos que corren.

En la carta de Iván López la pregunta sobre la lectura del “Socialismo y el hombre en Cuba” quedará sin respuesta, pues para él, la llegada del “Hombre Nuevo” a  consecuencia del socialismo es cuando menos irrelevante. Por esto expresará algo como:

              (…) he visto a mi padre, que sí estuvo en Angola, con el rostro pálido, sin respuestas, el día que un custodio de hotel le dijo que no podía seguir caminando por una playa de Jibacoa (frente al camping internacional) por ser cubano. Yo estaba con él. Yo lo vi. Tenía diez años, y un niño de diez años no olvida cómo la dignidad de su padre se va a la mierda. Aunque haya vuelto de una guerra con tres medallas.

Algo tan vital al ser humano como la formación de  valores, según Rafael Hernández, no solo puede ser posible dentro del socialismo, sino que estos son inherentes a él.  De ahí que anote en su carta:

           (…) la justicia social y la igualdad son precisamente eso: principios y valores que hay que ejercer de verdad, sin sujetarlos a clase, raza, género, orientación sexual, religión o ideología, porque representan la conquista más importante de todas, la de la dignidad plena de la persona. Bueno, si tú estás de acuerdo con eso, quizás te sorprenda escuchar que eres una criatura del socialismo.

En la experiencia de  Iván López Monreal el socialismo sólo será exactamente lo contrario, entiéndase limitador de principios y valores. Valores que en su caso solo tuvieron lugar  gracias al capital:

         (…)Tuve buenos maestros, y cuando se marcharon fueron sustituidos por otros menos preparados que, a su vez, fueron reemplazados por trabajadores sociales que escribían experiencia con S y eran incapaces de señalar en un mapa cinco capitales de Latinonamérica (esto no me lo contaron, lo viví). Mis padres tuvieron que contratar maestros privados para que yo aprendiera de verdad. No lo pagaban ellos sino una tía mía radicada en Toronto. De modo que si somos honestos, buena parte de la formación que tengo se la debo a los clientes del restaurante griego donde trabajaba mi tía (…).

Para Hernández el atavismo de permanecer en la isla es lo único que garantizará el derecho al sufragio. De ahí, que ni por asomo pase por su cabeza la idea de que el cubano pueda continuar ejerciendo este derecho al abandonar el país. Por tanto dirá que: “(…)  si resides afuera no vas a poder votar ni mucho menos ocupar ninguna responsabilidad. Como ves, tu decisión de irte tiene hondas implicaciones también para los que nos quedamos”.

Pareciera que esas “hondas implicaciones (…) para lo que nos quedamos” a las que se refiere Rafael se deban, a que él, como Iván, está seguro que en verdad no se puede aspirar a mucho  de las reformas del General Presidente.

De todas maneras, para Iván las elecciones no tienen sentido en un Partido Único:

(…) me advierte que si seguimos marchándonos, habrá menos jóvenes votando y por tanto menos elegibles. Y yo le pregunto: ¿De qué sirve mi voto? ¿Qué puedo yo cambiar? ¿Qué han hecho los delegados de la asamblea nacional para que me interese por ellos? (…) ambos sabemos que la asamblea nacional, (…) solo sirve para aprobar leyes por unanimidad Resulta paradójico llamarle asamblea a una institución que se reúne una semana al año. (…) Y en esos días se limita a aprobar los mandatos del Consejo de Estado y de su Presidente.(…) Lamentablemente, yo no puedo votar a ese presidente. Y no sabe cuánto me gustaría hacerlo.

En las cartas abiertas de Rafael e Iván, dos Cubas se cruzan; una simbólica, añorante y sobre todo ida. La otra; ilusionada, real, a no dudar por venir.

El espectáculo demasiado largo de una generación que intentó cambiarlo todo, está por terminar. Una Cuba plural, abierta, inclusiva y alejada del dogma, ya toca a las puertas con manos tan firmes y seguras como la de Iván López Monreal.

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