No por más alto se vuela mejor

Por Amrit

El nuevo local apretado de La Torre de Letras. Foto: Gonzalo Vidal

HAVANA TIMES, 14 feb. — Cuando llegué al encuentro de la “Torre de Letras.” proyecto que dirige la escritora cubana Reina María Rodríguez (en mi opinión, una de las voces literarias más grandes de Cuba y de América) ya sabía lo que me encontraría.

El local está repleto, no hay espacio ni para pararse en la puerta, así que me quedo en el pasillo y desisto de intentar captar algún que otro verso de los que lee el poeta, allá adentro, frente a los que sí salieron temprano y tienen el privilegio de celebrar los diez años del proyecto.

Pero, ¿celebrar qué? -me pregunto, si la reducción del espacio es un simbolismo del espacio real (no metafórico) que se le da al arte en Cuba.  Y enseguida me respondo que sí, podemos celebrar la terquedad de los que seguimos viniendo aquí, a pesar de estas tangibles restricciones físicas.

La última vez, por tener que mantener la cabeza en una misma posición para mirar a la pantalla en la pared, donde el artista invitado proyectaba sus imágenes, salí con un terrible dolor de cuello.  Eso sin hablar del tormento de aguantar las ganas de orinar pues era todo un acontecimiento pasar entre el apretado público, haciendo que la gente se levantara para dejarme pasar, o sea, un verdadero sabotaje a la presentación.

Qué diferente era todo cuando la sede de la Torre era aquel local en lo más alto del Palacio del Segundo Cabo, en la misma Habana Vieja, donde estaban aquellas largas mesas ¡de las que tanto nos quejábamos por su formalidad! Uno jamás sabe qué pasará al día siguiente, al siguiente minuto.

El nuevo local de la Torre de Letras. Foto: Gustavo Vidal

Con la mudanza obligada del Instituto Cubano del Libro al edificio más alto de la calle Obispo, en la misma Habana Vieja, la Torre también debió mudarse, otra vez al último piso, mucho más alto, sí, pero a un cuchitril donde caben cómodamente, si acaso, unas diez personas.

Como no puedo ver hacia adentro, me entretengo imaginando si habrá gente afuera, en el balcón, cómo lucirán todos, alineados contra la pared.  Debería sentir que estoy en una fiesta, pero lo que siento es tristeza.  Busco alrededor, reconozco a un amigo poeta, también reconocido y premiado.

Tampoco hay alegría en su mirada, sino cansancio.  Cuando lo saludo, descubro que estoy esperando el momento en que me diga lo que no quiero oír: “Me cansé, me voy de este país.”  como me pasó con una amiga que sólo hace unos meses hablaba con entusiasmo de proponer debates públicos, exponer los problemas, lograr consensos.  Recientemente me dijo que se siente asfixiada, y apática, que al deseo de alzar la voz para protestar por algo, le sigue la certidumbre de que nada va a cambiar.  “Hasta el año pasado yo creí que sí se podía, -me dijo- que sólo era cuestión de juntar a muchas personas buenas para emprender el cambio, para lograrlo.”

Y me sigo preguntando si este tugurio es el premio a la Torre por haber suscitado encuentros que son ya antológicos para el arte de Cuba y el mundo, por haber publicado y distribuido de la más alta poesía, con ediciones bilingües repartidas gratuitamente, por habernos ayudado a conocer poetas cubanos que viven en el exilio, por habernos hecho “comer” como dice Reina María, escritura exquisita, inolvidable para el alma.  ¿Cómo creer, no en la buena salud “física” del arte cubano, sino en su salud moral?

Por qué los artistas no luchan juntos

Me viene a la memoria de pronto aquella pregunta que se hacía Van Gogh: “¿Por qué los artistas no se dan la mano para luchar juntos, como soldados en una misma fila?” y su inocencia, como la estrechez de este espacio, me avergüenza, porque conozco el egoísmo que manifiestan los propios artistas, y que es la sustancia que hace posible la corrupción.

El viejo local en el Segundo Cabo. Foto: Gustavo Vidal

Una vez reconocidos y “oficializados.” es decir asegurados contra el anonimato y la incertidumbre, este egoísmo es todavía más feroz, pues trae consigo el miedo a perder lo ganado.  Me avergüenza pretender que se valore la poesía cuando, fuera de aquí, el arte que prolifera es cada vez más banal, y puesto que sé cuánto se ignora el riesgo potencial de la inconsciencia, institucionalmente.

En una sociedad donde la abrumadora mayoría de los jóvenes no sólo no leen, sino hablan cada día peor y son consumidores voraces de reggaetón y todo tipo de pacotilla, esta reducción física de la poesía es sólo un síntoma de la verdadera enfermedad que nos carcome como nación: una metástasis espiritual.

La pregunta de Van Gogh se disuelve con el aire que viene de la bahía al estallar los aplausos, la gente empieza a moverse a pesar de la limitación del espacio y todo el público se las arregla para disfrutar de la merienda.  Seguramente, lo que queda de cualquier cuestionamiento se me irá pasando con el sabor de un dulce, un refresco.  Después de todo, la inercia es mucho más agradable que la terquedad.