Mis tardes con Paco de Lucía

Irina Pino

Paco de Lucia en su último concierto en La Habana.

HAVANA TIMES — Cuando tenía catorce años me entró la locura de querer estudiar guitarra, pero como mis padres no tenían dinero para comprarme el instrumento, decidí hablar con Bárbara, una amiga del edificio de enfrente, que tenía una Pablo Quintana.

A ella se la habían regalado por su cumpleaños, pues sus padres gozaban de una posición holgada, mientras mi origen era muy humilde. A pesar de que a ella no le interesaba mucho aprender y la tenía adornando la pared de su habitación, cuando le comuniqué mi interés, accedió para que lo hiciéramos juntas.

La guitarra traía un manual con las primeras lecciones, esas que nos sirven para hacernos de unos pequeños callos en los dedos y gradualmente adquirir la destreza necesaria.

Comenzamos a tocarla siguiendo las indicaciones de dicho cuaderno; pero al cabo de las semanas, cuando noté que los dedos de mi mano derecha me dolían horriblemente de practicar aquellas escalas de do mayor, y la muñeca se me entumecía de repetir aquellos ejercicios, me cansé pronto.

Mi amiga todavía insistió un poco más. La torpe rutina a que nos sometíamos logró vencernos, y se nos ocurrió la idea de poner en su grabadora unos cassettes con música de guitarristas famosos a ver si se nos pegaba algo…; entre aquellos estaban Al Di Meola y Paco de Lucía.

Este último despertó en mí un interés especial, a la vez que me hizo indagar qué tipo de música era aquella, tan conmovedora, sensual y alegre. Asistí luego a un concierto de guitarra clásica en el teatro Amadeo Roldán, y allí acosé prácticamente al ejecutante a la salida, inquiriendo por el músico español; este al ver mi interés, me facilitó algunas grabaciones.

Todas las tardes nos poníamos a escuchar la música de Paco de Lucía en la grabadora mono, por aquellos años no conocíamos el sonido estéreo, pero aún así nos deleitábamos escuchando el rítmico rasgueo del guitarrista con el Concierto de Aranjuez,, con sus discos Fantasía flamenca y El duende flamenco, pero de todas, mi favoritas eran las piezas La Barrosa y Entre dos aguas, con aquel despliegue de virtuosismo que lo caracterizaba, sintiendo casi dentro de mí,  aquel “toque fuerte” de sus dedos.

Años después visitó la isla, y no falté a sus conciertos, como una fan arrebatada por oír aquella maravilla viviente, con su extraordinario aporte de introducir el Cajón, –instrumento peruano–, junto a la música flamenca española, y lograr que fuera aún más rítmica y original.

Pero el último concierto es el que más rememoro. Un amigo me invitó a ver su única actuación en el teatro Karl Marx, en octubre del año pasado, y aunque nos sentamos en el segundo balcón, en el gallinero, como le llaman, y veíamos a los artistas como si fueran hormigas, pude extasiarme con la maestría, con la manera de ejecutar a “su alma gemela”, como una amante amorosa y tierna que se deja seducir y se doblega ante su creador-amante.

El gran músico, experimental desde sus inicios, hilvanaba ahora el flamenco con el jazz, traía un cantaor y un bailaor con su tablao incluido. Extraña amalgama de hacer confluir en una fiesta española, la fidelidad a sus raíces y su sano deseo de apropiarse de otras corrientes musicales y fusionarlas a sus obras.

Las emociones de aquella noche me llevaron a esa primera guitarra que mis manos no fueron capaces de comprender, y que para el músico fueron su propia vida. No diré “descansa en paz” Paco de Lucía, sino: “Tocad tu guitarra eternamente, desde el cielo, para todos los que te amamos”
—–
Vea también: Se nos fue Paco de Lucia

 

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