La transparencia de una actriz
Por Dalia Acosta
HAVANA TIMES, 3 dic. (IPS) — Tendría tres o cuatro años el día en que le preguntó a su mamá si las bombas mataban niños. Tras mucho pensarlo y ante la insistencia de aquella hija inquieta, la madre le respondió que «a veces». La respuesta de la pequeña no se hizo esperar: «menos mal, no matan a las niñas».
Pasadas unas cuatro décadas, la actriz cubana Selma Sorhegui repite la historia contada sin saber en qué momento de su vida perdió aquella tan precoz conciencia de género. «Necesité mucho tiempo para rescatarla, para entender el feminismo y, de alguna manera, empezar a convocar a mis maestros», cuenta a IPS.
En algún lugar, bien guardada en su memoria, estaba todo lo que, cuando aún se sentía incapaz de asimilarlo, le había dicho la pintora cubana Consuelo Castañeda, en los tiempos en que estudiaban juntas en el Instituto Superior de Arte, de La Habana, y la facultad de Artes Plásticas protagonizaba una verdadera revolución en el arte nacional.
Emparentada así con los movimientos de vanguardia de la llamada «generación de los 80», Sorhegui vivió la no tan buena experiencia de iniciarse en los grupos profesionales de teatro con mujeres directoras. Mujeres con «mentalidad masculina, más «apegadas al mundo de los hombres que al de las mujeres».
El cambio vino, paradójicamente, de la mano de un hombre. El director español Tomás Martín Iglesias, con una intensa labor pedagógico-teatral y fundador de la compañía La Quimera de Plástico, la descubre en escena a comienzos de los años 90 y le propone ayudarla a trabajar un personaje.
Radicada en España desde entonces, Sorhegui, que nunca ha estado totalmente alejada de Cuba, volvió una vez más a esta isla caribeña en noviembre como protagonista de «Mujeres», una propuesta de La Quimera de Plástico a partir de los textos de «Una mujer sola» y «El despertar» de los autores italianos Darío Fo, premio Nobel de Literatura, y Franca Rame.
Las presentaciones en varias salas del país, con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (Aecid), coincidieron con los esfuerzos por visualizar desde el ámbito de la cultura la celebración, el 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
«A través de una ventana, damos noticia de las humillaciones y malos tratos sufridos por una mujer. ¿Cuántas ventanas habría que abrir para romper el silencio sobre estas situaciones? ¿Cuántas para que una mujer se enfrente sola a esta realidad?», asegura el programa de la función al presentar el monólogo «Una mujer sola».
Con dos sábanas colgadas como telón de fondo, una tabla de planchar y una ventana imaginaria, una mujer comenta su vida con una nueva vecina. Ella tiene «de todo» en su casa: lavadora, freidora, radio, teléfono, dos niños, un cuñado enfermo y abusador que atender y, para cerrar el círculo, un marido que no la satisface sexualmente y la maltrata
«Cuando lo ves de afuera, te preguntas por qué esta mujer no se rebela. Es algo que te ayuda a darte cuenta hasta dónde el poder masculino te impone cosas, que una misma puede haber sido victima de violencia y haberse rebelado o no», comenta Sorhegui, convencida de la total actualidad de los textos de Fo y Rame.
La historia del segundo monólogo, al ritmo loco de la vida actual, es totalmente diferente. Una mujer se enfrenta a las agonías que genera la doble jornada, pero lo hace desde una posición crítica y a través de situaciones humorísticas, enriquecidas por el dominio escénico de la actriz cubana.
Considerada por el director Tomás Martín Iglesias como una obra de carácter universal, que toca problemas de la cotidianidad en cualquier lugar del mundo, la puesta ha sido llevada a varios países y acumulado aplausos y reacciones de públicos diversos, tanto urbanos como rurales.
«Nos presentamos en Guinea Ecuatorial, un país muy machista. Sin embargo, encontramos que las mujeres son bastante desinhibidas a la hora de reírse de sus propios problemas. Cuando yo decía «él arriba y yo debajo» se morían de la risa. En España, si hay hombres en el público, eso no pasa», comentó Sorhegui.
Capaz de alternar su escaso tiempo en Cuba con talleres para jóvenes payasos y reconociendo entre sus más cercanas influencias a «una maestra payasa», Selma Sorhegui prefiere aquellos personajes con los que puede evitar conflictos de conciencia: los que dicen las cosas que ella quiere decir.
Quizás por eso, recuerda como una experiencia muy especial su participación en la película cubana «Mujer transparente», un conjunto de cinco historias de mujeres que, a pesar de haber sido reconocido en varios festivales internacionales, apenas ha sido proyectado en la isla tras su estreno en 1990.
Laura, la historia protagonizada por Sorhegui y dirigida por Ana María Rodríguez, es reconocido por la crítica como uno de las más trascendentales de la propuesta cinematográfica por su abordaje del reencuentro entre dos amigas: una que decidió emigrar del país y otra que se quedó a vivir en él.
El cuento hurga en las dudas, prejuicios y conflictos que durante décadas rodearon el fenómeno de la emigración en Cuba, tras el triunfo de la Revolución en 1959, y culmina con un abrazo de las amigas, símbolo de la necesaria reconciliación entre tantas familias y amistades divididas por razones políticas
«Yo tenía 26 o 27 años, fue mi primera película y me gustó mucho porque hablaba de problemas que yo estaba viviendo. Tenía miedo de que mi generación se perdiera como había pasado con la de mi personaje. Y si vas a ver, son cosas que siguen sucediendo, no igual pero sí de otras maneras», asegura la actriz.
Aunque no puede reproducir la frase exacta, Sorhegui recuerda la reflexión de Laura sobre el hecho de que «a los cubanos nos obligan a definirnos siempre 100 por ciento», algo que es imposible: «todos somos una mezcla; no somos ni absolutamente puros, ni absolutamente malvados», sostiene.