La rusa roja del Mejunje

Por Dalia Acosta

Roxana Rojo y Ramon Silverio, fundador de Mejunje.  Foto: cortesia de Roxanna Rojo a IPS.

HAVANA TIMES, Cuba, 12 de nov. (IPS) — Roxana Rojo era muy pequeña cuando su madre logró escapar de un campo de concentración nazi y embarcarse rumbo a Nueva York.  A pesar de su edad, se pasaba el día “dando tacones” sobre el camarote del capitán, a tal punto que decidió deshacerse de ella: la tiraron al mar.

Iba flotando a la deriva cuando se topó con un buque británico que buscaba a las víctimas de un huracán, fue rescatada y, poco tiempo después, desembarcada en el puerto de La Habana, donde, con un nombre ruso que nadie entendía, fue cambiada por un cargamento de cangrejos procedentes de Caibarién.

Allí, en esa pequeña ciudad costera del norte de la provincia central cubana de Villa Clara, creció en la imaginación de su creador, Pedro Manuel González, y se convirtió en uno de los personajes más ricos, polifacéticos y disparatados de lo que podría considerarse la escena travesti y transformista cubana.

Roxana Rojo, más conocida por sus seguidores como Roxy, es una de las “divas” de El Mejunje, un centro cultural único en Cuba por haber logrado, por 25 años, mantener una propuesta artística de calidad e inclusiva, donde hay espacios para la diversidad en toda su dimensión.

“Llegué al Mejunje por una carambola del destino como el personaje mismo de Roxana Rojo. Eran los años 90, el 9 de noviembre de 1989 se había derribado el Muro de Berlín, todo el mundo tenía un desfase mental y pensaba distinto sobre los cambios”, cuenta a IPS González, autor del libro Vidas de Roxy.

Promotor literario de la dirección provincial del libro, colaborador cercano de la poeta Reyna María Rodríguez en el proyecto cultural La Torre de Letras, transformista y peluquero, González recuerda que eran tiempos tan difíciles que “las carencias parecían ser el meollo de nuestra resistencia, junto al invento para reciclarlas”.

Y entre tantas carencias, el creador recuerda que también había una gran ausencia de comunicación. “Así surge Roxy como una propuesta más decorosa y teatral, menos ramplona que ponerse a adular canciones y a vestirse como si uno pudiera imitar, con los años que llevaba encima, a ninguna mujer hermosa”, afirma.

“Lo mejor que podía hacer era la historia de una rusa que había llegado a Cuba por casualidad, se aclimató y decidió quedarse para siempre, pero no renunció nunca a sus raíces y siempre estuvo haciendo memorias de su pasado. De vez en cuando, además, viajaba a Moscú para ver como iba revolucionando aquel post-refrito del derrumbe”.

Concebido en un inicio como un personaje para el público gay que llena las noches de El Mejunje, Roxana Rojo atrae a medios intelectuales y viaja constantemente de provincia en provincia, contando sus historias en escenarios tan disímiles como espectáculos de transformistas y peñas literarias.

Durante más de 10 años, ella ha rendido homenaje a algunos de los más importantes dramaturgos cubanos, como Abelardo Estorino, y a actrices emblemáticas del cine nacional como Eslinda Núñez, una de las protagonistas de la película “Lucía” (1968), un clásico del director Humberto Solás, fallecido en 2007.

“Roxy es una rusa desfasada, casi atemporal y pragmática. Una rusa que vive aquí, se enfrenta todos los días a la miseria de la cotidianidad, resuelve, sale airosa y al final canta canciones soviéticas y se olvida del pasado. Una rusa que se quedó en Cuba y se va a quedar en Cuba para siempre”, describe González.

Para el actor y escritor, detrás del humor también se esconden verdades tristes. Como tantos cubanos que hoy rondan los 50 años, es hijo de un ingeniero agrónomo graduado en la hoy disuelta Unión Soviética, aprendió el ruso antes que cualquier otra lengua extranjera y su primera profesora de idiomas era oriunda de la ciudad rusa de Odesa.

La historia se extiende a su hermano, un joven que se fue en los años 80 a estudiar aeronáutica civil en Kiev y se convirtió en una de las víctimas, en 1986, de la catástrofe nuclear de Chernobil.

“Él estaba a sólo 30 kilómetros de Chernobil y las autoridades soviéticas solicitaron a todos los estudiantes que ayudaran a regar con agua las calles de Kiev y de las zonas aledañas. Mi hermano regresó, pero por la exposición a las radiaciones no puede tener hijos y padece de glaucoma”, cuenta González.

Cuando a mediados de esta década, la Universidad de Connecticut, en Nueva York, organizó un encuentro sobre “la post-sovietividad en la cultura cubana”, el creador de Roxana Rojo estaba entre los invitados de la isla que no pudieron participar por no haber recibido la visa de Estados Unidos.

La idea siguió siendo la misma en estos años: “reciclar cuán fuerte fue en los jóvenes de mi generación la presencia rusa en Cuba, una presencia que parecía iba a diluirse en un olvido imperdonable” tras la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética y la desaparición del bloque socialista de Europa oriental.

Contra todos los pronósticos, asegura González, “nosotros salvamos lo que teníamos de ellos dentro. Para mí, Roxy es mi forma de hacer un homenaje a esa gran cultura que me penetró y es también mi venganza”.