Drapetomanía o el arte de resistir

Irina Echarry

HAVANA TIMES — Enclavado en la Habana Vieja, el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, acogió durante todo el mes de agosto una interesante y atractiva muestra: “Drapetomanía: exposición homenaje a Grupo Antillano”.

Cuando le comenté a una amiga que iría a ver la expo me sorprendió su respuesta: “ah, más de lo mismo, ya estoy un poco cansada de la cultura afrocubana”. Luego lo pensé bien. No es extraño que la gente asuma esa actitud.

Es cierto que algunos artistas repiten hasta la saciedad códigos visuales y estéticos generalmente estereotipados para referirse a esa cultura, y lo que hacen es vaciarla de contenido, restarle fuerza; aunque hay que reconocer que eso también tiene su público.

Sin embargo, a finales de los polémicos años 70 el panorama era otro.

En 1978 un grupo de artistas e intelectuales se propusieron ―y lograron― resaltar el significado de los elementos caribeños y africanos en la formación de la nación y la cultura cubanas. Para eso tuvieron que lidiar con el pensamiento popularizado de que las prácticas religiosas y culturales de origen afrocubano eran atrasadas y resultado de la ignorancia, por lo tanto se marginaban.

El título de la muestra “Drapetomanía” alude a una enfermedad diagnosticada en el siglo XIX. Se trataba de la supuesta “manía” que tenían los esclavos de escapar, huir, fugarse. Según el médico que hizo el análisis el cimarronaje era un padecimiento; para él, que los esclavos quisieran ser libres, era síntoma de extravío o delirio. Grupo Antillano revirtió esa afirmación, quitando el velo al cimarronaje y resaltándolo como símbolo de resistencia.

Durante sus cinco años de existencia Grupo Antillano re-significó, a través del arte, la esencia de las tradiciones de África y el Caribe que nos rodea, incluyendo el ansia de resistencia y libertad; demostró que estos países ejercen influencias vivas sobre nuestra cultura nacional y hay que tenerlas en cuenta.

Aunque luego se convirtió en boom, en saturación de los elementos afrocubanos en el cine, las artes plásticas, la literatura, casi siempre con toque caricaturesco y a veces peyorativo. Por eso me parece importante esta muestra que recuerda cómo interviene el arte en la lucha por la identidad.

Pero como todavía las exposiciones no atraen tanto público ―salvo el día de la inauguración―, mucha gente se quedó sin disfrutar el rojo intenso y la fuerza expresiva de la obra de Bedia: El rompimiento, El amarre, El patakí; o la tríada cromática de La suerte del mayoral de Olazábal; la impresionante metamorfosis en Montacongo de Oscar Rodríguez Lasseria; el claro-oscuro de las fotos de René Peña o el misterio profundo de La consagración III de Belkis Ayón.

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Irina Echarry

Irina Echarry: Me gusta leer, ir al cine y estar con mis amigos. Muchas de las personas que amo han muerto o ya no están en Cuba. Desde aquí me esforzaré en transmitir mis pensamientos, ideas o preocupaciones para que me conozcan. Pudiera decir la edad, a veces sí es necesario para comprender ciertas cosas. Tengo más de treinta y cinco, creo que con eso basta. Aún no tengo hijos ni sobrinos, aunque hay días en que me transformo en una niña sin edad para ver la vida desde otro ángulo. Me ayuda a romper la monotonía y a sobrevivir en este mundo extraño.

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