Yoani Sánchez comenta sobre el destierro masivo en Nicaragua

Apresar, condenar y canjear, la táctica de los autoritarismos contra los disidentes

El opositor nicaragüense Félix Maradiaga durante un encuentro con la prensa en Washington D.C. (La Prensa/Facebook/Captura)

Ortega es un fiel discípulo de Fidel Castro, quien utilizó a los opositores procesados durante la Primavera Negra de 2003 como ficha de cambio con la Iglesia católica

Por Yoani Sánchez (14ymedio)

HAVANA TIMES – Cuando conocí al opositor nicaragüense Félix Maradiaga supe de inmediato que Daniel Ortega debía odiarlo rabiosamente. El activista es la antípoda del viejo caudillo: hiperactivo, carismático y excelente comunicador. Este jueves he sabido que el ex candidato a la presidencia está entre los 222 presos políticos que el régimen de Managua acaba de enviar al exilio en Estados Unidos. Respiré aliviada.

La táctica de apresar a disidentes, condenarlos a largas penas de prisión y luego usarlos como carta de negociación con Washington, el Vaticano o la Unión Europea ha sido recurrente entre los regímenes autoritarios que siguen ensombreciendo América Latina. El régimen cubano tiene toda una licenciatura y varios doctorados en esa estrategia que le ha permitido no solo presionar a gobiernos democráticos para obtener favores sino también aflojar la presión social dentro de la Isla.

Ortega es un fiel discípulo de Fidel Castro, quien utilizó a los opositores procesados durante la Primavera Negra de 2003 como ficha de cambio con la Iglesia católica y las autoridades españolas. A los disidentes que estaban en la cárcel hace 20 años apenas se les permitió elegir eran los barrotes o el exilio. Solo unos pocos rechazaron las presiones y se mantuvieron en la Isla. Dos de los que se quedaron, Félix Navarro y José Daniel Ferrer, se encuentran otra vez en prisión desde julio de 2021.

Ahora, además, la lista de prisioneros políticos cubanos supera el millar de personas, por lo que Miguel Díaz-Canel debe sentir que tiene suficiente baza para obtener suculentos beneficios con ellos. Las señales de que una jugada de canje se coordina tras bambalinas no podrían ser más evidentes: varios funcionarios estadounidenses han advertido recientemente que los presos de conciencia son un obstáculo para la normalización de relaciones entre ambos países y el cardenal Beniamino Stella acaba de instar en La Habana a que sean liberados los manifestantes del 11J.

La maniobra que ha hecho este jueves Ortega quizás solo sea un adelanto de lo que planean sus camaradas cubanos. Una acción consensuada para que ambos regímenes se libren de sus críticos, desactiven cualquier movimiento cívico nacido de los reclamos de una amnistía y, de paso, reciban a cambio alguna prebenda que puede incluir beneficios económicos y silencios diplomáticos. En el caso de La Habana, a las exigencias pudiera añadirse que la Isla sea sacada de la lista de patrocinadores del terrorismo y que se flexibilice la llegada de remesas y turistas desde Estados Unidos.

Hasta ahí, pareciera que la vieja táctica de “apresar, condenar y canjear” redunda en una ganancia total para los autoritarismos, que siempre terminan saliéndose con la suya porque al otro lado de la mesa los gobiernos democráticos están dispuestos a ceder para que un grupo de personas pueda volver a abrazar a su familia y no se marchite en una celda de castigo. Las dictaduras manejan todos esos resortes diplomáticos y emocionales. Se sienten superiores en ese terreno porque sus “fichas” son vidas humanas, un elemento que poco valor tiene para un totalitarismo. Pero se equivocan.

Los plazos de tiempo que logran comprar con estas maniobras cada vez son más cortos y el destierro tampoco es la muerte política de sus adversarios. El propio régimen castrista ha comprobado que el zarpazo represivo contra 75 opositores, hace dos décadas, no aplacó la inconformidad popular que terminó por volcarse en las calles cubanas en unos números y con unos reclamos libertarios nunca antes vistos. A los líderes expulsados del país le sucedieron otros y el propio exilio ganó protagonismo en la formación de criterios políticos dentro de la Isla.

Daniel Ortega, aunque parezca que tiene a Nicaragua apretada en su puño, acaba de hacer una maniobra nacida del desespero. Díaz-Canel puede estar preparando otra similar, que también será hija de la urgencia que siente un régimen con un creciente –y cada vez más público– rechazo popular. Ninguno de los dos puede expulsar a los millones de ciudadanos que se le oponen, ni acallar las críticas internacionales con estas burdas estratagemas. Saben que sus dictaduras caerán y, en lugar de allanar el camino y abrir la puerta a nuevos actores, siguen jugando los viejos naipes de antaño. Los únicos que conocen y que los llevarán, tarde o temprano, a la derrota.

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