Amistades peligrosas

Por Eduardo N. Cordoví Hernández
HAVANA TIMES – Con este título se conoce una película norteamericana del año 1988, protagonizada por Glenn Close, Michelle Pfeiffer, Uma Thurman, Jhon Markovich y Keanu Reeves. Basada en la novela homónima francesa de tema erótico y estilo epistolar del siglo XVIII, escrita por Pierre Choderlos Laclos. Pero no voy a hacer hoy crítica cinematográfica ni literaria.
Voy a escribir sobre otras amistades peligrosas o ¡Qué pueden serlo! El peligro lo ponemos nosotros. Según sea la atención que les brindemos. Si te aferras a una piedra pesada te puedes ahogar. Todo depende de si estás fuera o dentro de aguas profundas.
Comentaré sobre los amigos del barrio… los entrañables…
…los íntimos, aquellos de nuestra generación. Con quienes asistimos a la escuela desde la primaria. Cuyos padres también fueron amigos de los nuestros. Pero, hay otros que llegaron más tarde. Los que se mudaron al barrio cuando terminábamos la primera enseñanza. Quizás, los que llegaron nuevos cuando comenzamos la secundaria ¡o un poco más tarde!
Igual, si nos mudamos lejos y perdimos contacto; serán los nuevos vecinos quienes los sustituirán.
También son los que conocemos de última hora. Con quienes nos llevamos bien siendo ya adultos y terminamos haciendo tertulia en una esquina, en el portal de cualquiera. Quienes nos reunimos a charlar un par de horas casi todos los días en el parque. Los que discutimos de política, de pelota, hablamos de mujeres y, como ellas, chismeamos sobre los demás vecinos.
A pesar de las bajas. Porque algunos han muerto. Y de las pérdidas. Porque muchos se han ido del país. Uno sigue teniendo amigos, con quienes conversa lo que conversaría con aquellos, si no se hubieran ido. En Cuba, hoy, uno se da cuenta que los amigos del alma siempre fuimos todos los que vivimos cerca. Un viejo refrán reza: Tu vecino más cercano es tu hermano.
Lo que parece una cotidianidad amistosa, sirve como un lubricante social, como un amortiguador para vivir. Esto nos lleva a vislumbrar algo trágico. De una espantosidad horrible.
Me he dado cuenta de que todos los días hablamos lo mismo, quizás no en el mismo orden, casi con las mismas palabras y frases. Siempre los mismos temas y las mismas situaciones. Siempre las mismas emociones, los temores, los miedos, las incertidumbres, las tristezas, los anhelos, y los desengaños. Las mismas seguridades y las mismas iras. Entonces, cada día es la repetición del anterior. Así terminamos sin darnos cuenta: Nos convertimos en zombies, con un repertorio fijo. Acabamos como figuras mecánicas, automáticas, robotizadas, sin ningún parentesco con la exuberancia tropical. Seres que siguen dormidos cuando se levantan de la cama en las mañanas, entes que continúan el sueño de ayer o de antier, de tras de antier o de cualquier otro anterior.
Uno, con esfuerzo, se da cuenta de esta trampa de inmovilización emocional. Sentimos cierta dulzura adictiva que confundimos con el afecto por los amigos, pero realmente es un sentimiento vicioso de perder el tiempo aferrándose al pasado, sintiendo lástima por uno y por los demás. Culpando a otros por no tener alicientes, recontando la serie de defectos que cree encontrar en el mundo, en la existencia, en las mujeres, en el clima, en el barrio, en los precios del mercado, en lo malo del transporte, en los apagones, en el gobierno. Incluso en los gobiernos de otros países. Uno descubre que las reuniones de amigos, dondequiera que se reúnan, lleva forma de recurso diabólico para consumir vidas o algún tipo de síntoma, de patología latente, que destruye el alma.
Leo más que antes. Quizás esté influenciado con teorías conspirativas. O, sencillamente, me encuentre equivocado de parte a parte. Pero, tomo medidas. Si me encuentro con mis cófrades formando junta en algún sitio llego y saludo. Para no remarcar rarezas me despido con la excusa de una urgencia. Trato de reinventar mi día con objetivos novedosos. Más cercanos a la realidad del presente. No es bueno vivir en el pasado ni preocuparse por el futuro. Preparo un lienzo para pintar, repaso el filo de mis gubias o busco un buen madero donde tallar algo. O mejor, me releo una novela que estoy escribiendo hace tres años y no termino, no por ningún bloqueo de mi atención, sino por consumir tiempo en las esquinas. Dejo de oír noticias que ya sé. Que no me importan. Que no puedo evitar. Lo malo que está el pan. Lo caras que están las zanahorias…
Y os dejo por hoy. No quiero volverme un amigo peligroso.
Reflexiones que muchos nos hacemos por la falta de esperanza. Pero los amigos se necesitan para compartir más que conversaciones, se buscan para empatizar, lo mismo para reír que para llorar. Lo malo es cuando creíamos en un amigo y nos traiciona. Es bueno también hacerse compañía uno mismo. A los escritores les hace falta la soledad para crear. Gracias por tu buen diario.
Hola
Mi santa madre que está en la presencia de Dios me decía:” los amigis de la infancia esos si son los verdaderos”