Diarios

Lo discutible de lo indiscutible

Alfredo Fernández Rodríguez

Playa Mi Cayito cerca de Guanabo, La Habana.  Foto: Caridad

Marlen, que se llama Pedro, suele vociferar a modo de vade retro el nombre Mariela Castro a los policías en la Quinta Avenida cubana.

Así, aminora en algo las machistas represalias que cada noche se arrojan a los que como él o ella, según la hora, están dispuestos a no abandonar su otra moral. Amén de los contratiempos que puedan sucederse en el espacio hipermachista cubano.

Él, o ella, antes estuvo tres horas frente a un espejo, tratando de encontrarse con un maquillaje donde se le reconozca como una apetecible chica.

-Fue a comienzos de los noventas cuando comencé a ser Marlen. -Me dijo Pedro-.

-”Alfredo, la policía te podía maltratar por gusto, te digo que por puro gusto, y si te le revirabas te acusaban de atentado,” me dijo la Marlen, para continuar, “Ahora también pasa, aunque ha disminuido desde que la divina Mariela nos protege.”

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Servicio Social (3)

Francisco Castro

Atardecer en la Habana.  Foto: Caridad

A finales de agosto fui a la oficina de Recursos Humanos del Ministerio de Cultura, para asesorarme sobre lo que debía hacer para contratarme en la emisora, teniendo en cuenta mi residencia en Santiago, mi ubicación en Radio Progreso, y la Ley 268.

Sin dejarme terminar, la señora que me atendió me dijo que no me preocupara por eso, que lo que yo iba a hacer era servicio social, y que con eso no había ningún problema, que quizás más adelante, cuando me fueran a hacer contrato permanente, debía averiguar.

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¿A donde fue la Reforma Universitaria?

Erasmo Calzadilla

Parque de la Habana.  Foto: Caridad

Últimamente me he convertido en adicto a la wikipedia, tengo en casa una versión portátil que me entretiene, me saca de apuros y expande mis conocimientos en todas las direcciones.

Curioseando en dicha enciclopedia fui a parar a un artículo sobre la Reforma Universitaria que de golpe me puso a reflexionar sobre la relación de Cuba con aquella llama prendida en Córdoba y avivada en nuestro país por luchas estudiantiles que se extendieron durante la primera mitad del siglo pasado.

Era de suponer que una revolución de corte popular y socialista como la que triunfó en enero del 59, llevaría a término la añorada Reforma, pero otro fue el rumbo de los acontecimientos.

Como resultado de la dictadura previa, las instituciones de la sociedad civil quedaron tan maltrechas que no pudieron hacer resistencia a la nueva fuerza que recorría la nación, y fueron tarde o temprano arrolladas por esta.

La Universidad no fue la excepción, toda ella cayó bajo el influjo de los “revolucionarios,” a tal punto que desde entonces y según palabras de Fidel, esta sería exclusivamente para revolucionarios, es decir, para aquellos que cumplieran con entusiasmo con los códigos morales y las tareas emanadas desde arriba.

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Esperando en la parada

Osmel Almaguer

Plaza en La Habana Vieja.  Foto: Caridad

Al concluir el examen de Antropología me dispuse a regresar a casa. Estaba un poco desanimado, pues me había equivocado en dos de las tres preguntas del temario. Iba pensando en mis respuestas y en todo lo que había estudiando dos meses antes.

Por fin llegué a la parada. Pregunté por “el último” y una joven me contestó: “Creo que soy yo, pero no estoy muy segura, es que hoy me encuentro un poco atolondrada.”

Hoy en día no es usual que alguien te responda con tanta sinceridad. Generalmente te encuentras personas que en vez de ofrecerte su confianza lo que hacen es tratar de violar la tuya, o sea, en lugar de decirte quienes son o cómo se sienten, invaden tu privacidad con preguntas indiscretas o faltas de respeto.

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Dos novias en La Habana

María Matienzo Puerto

Angel y la musa.  Foto: Caridad

Cada vez que me hablan de reencarnaciones solo se me ocurre recordar en la vida que llevamos, mi novia y yo, durante más de seis meses. Carga bultos para acá, carga bultos para allá: aquí ya no pueden estar; tienen que buscar un nuevo alquiler; bueno, duerman unos días en la sala de mi casa, hasta que encuentren.

La tía que pudo resolvernos seis meses de tranquilidad, pero que no lo hizo; la cara de compasión de algunos conocidos y hasta de los amigos; una abuelita que trocó su papel con el de bruja; engorrosos trabajos de fuerza para ganar algo de dinero; y la pregunta de siempre, ¿ustedes son de La Habana? con la respuesta: sí, somos habaneras.

He optado por una explicación mística religiosa porque en la realidad no la logro hallar: nosotras, en vidas anteriores, debimos ser gitanas o brujas prófugas de la Santa Inquisición. Y ahora, arrastrando alguna deuda, seguimos de nómadas.

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Tremendo desconocimiento histórico

Dmitri Prieto

La bandera de la Confederación

Hace un par de días, vi en una guagua a un tipo que llevaba una gorra con la bandera de la Confederación. Además, la gorra tenía la frase “Confederacy border patrol. Keeping yankees north since…”, seguida de una fecha absurda de la historia norteamericana. El hombre –cubano, blanco y bigotudo- también llevaba un T-shirt de los US Marines con algo alegórico al 9/11.

Me jode eso.

De niño, una vez pinté una esvástica. Mi madre me dio tremendo regañón, recordándome los millones de seres humanos que perdieron la vida a manos de los nazis. Desde ese momento, siempre me lo recordaba cuando ponían por la TV imágenes del desfile de la Victoria de 1945, donde los soldados del Ejército Soviético lanzaban las banderas nazis –comenzando por el estandarte personal del Führer- a pavimento de la Plaza Roja frente al Mausoleo de Lenin: “Mira… ¿viste?… allí está. Ellos perdieron. Los nuestros ganaron. La esvástica fue derribada. La justicia siempre vence al mal.”

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Servicio Social (2)

Francisco Castro

Jovenes en el malecon de La Habana.  Foto: Ana Maria Gonzalez

El día de la reunión de ubicación de los futuros graduados en Comunicación Audiovisual, yo esperaba que me ubicaran en el telecentro o en alguna de las emisoras de radio de mi ciudad, Santiago de Cuba, así que yo fui el primer y mayor sorprendido cuando me dieron la noticia de que estaba ubicado en Radio Progreso, emisora nacional de gran importancia.

Una pregunta saltó de inmediato: si ya tenía cambio de dirección. Yo no lo había hecho, porque no tenía forma de conseguir ubicación laboral en la Capital, y aunque lo deseaba profundamente, no hice nada al respecto.

Claro, tampoco tenía a quien recurrir para efectuar el cambio, pues a partir del 22 de abril de 1997, se puso en vigor el Decreto 217 sobre las Regulaciones Migratorias Internas para la Ciudad de La Habana, según el cual las viviendas deben cumplir con una serie de requisitos para poder realizar hacia ellas el traslado permanente de personas, requisitos que las de mi familia no cumplen.

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La comunicación y sectas de sobrevivencia

Esteban Diaz

Benny Moré.  Photo: Caridad

Llevo más menos tres años sin viajar a Argentina; factor dinero y ciertas prioridades personales que no me lo han permitido. Este largo trecho ha hecho que mi madre quiera, como es lógico, que retorne al pais.

En sus intentos de comunicación conmigo, pocas son las líneas o charlas que se logran concretar, primero por la extensa suma de dinero que se daría por tel. y otra, porque tanto el Internet como el intranet (correo cubano) tienen posibilidades muy limitadas en Cuba. Ni hablar de cartas que se demorarían semanas o hasta meses en llegar.

Si bien la comunicación debería ser lo primordial en una familia, esto se acaba sin muchas oportunidades. El “exilio” académico a producido este distanciamiento entre muchas familias de Latinoamérica y el mundo. ¿Cómo es posible que después de llevar trabajando 30 años corridos —doce horas al día o más— no se logre pagarle los estudios a los hijos y mantener condiciones dignas de vida?

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Residencial Del Mar

Osmel Almaguer

Playa cubana, photo: Caridad

Cuando tenía seis años mis padres y yo nos hospedamos en una villa militar de descanso que ya no existe. Su nombre era Residencial del Mar.

Fue la última vez que pude estar en algo parecido a un hotel. Mis padres estaban jóvenes, mis tíos, que nos acompañaban, también. Había mucha alegría y pocas trabas, toda la comida que necesitábamos, bebidas, piscina, restaurante y sala de juegos.

Nada que no tengan otros lugares como estos, pero suficiente como para que yo pasara una semana que nunca olvidaría, más aún cuando no se ha vuelto a repetir.

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Servicio Social (1)

Francisco Castro

Estudiantes en la Universidad de La Habana.  Foto: Caridad

En Cuba, la enseñanza universitaria es gratis, como todos los demás estudios obligatorios. Es gratis en el sentido de que no hay que pagar con dinero los años que dura la carrera, pero, una vez graduados, hay que pagar con trabajo los conocimientos adquiridos en las aulas, lo que se conoce como: cumplir con el servicio social.

Tres años de nuestras vidas deben ser dedicadas a este pago. En el caso de los varones, cuentan los años de servicio militar que hayan prestado, y también las hembras, aunque para ellas el servicio militar es voluntario.

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