Diarios

Servicio Social (2)

Francisco Castro

Jovenes en el malecon de La Habana.  Foto: Ana Maria Gonzalez

El día de la reunión de ubicación de los futuros graduados en Comunicación Audiovisual, yo esperaba que me ubicaran en el telecentro o en alguna de las emisoras de radio de mi ciudad, Santiago de Cuba, así que yo fui el primer y mayor sorprendido cuando me dieron la noticia de que estaba ubicado en Radio Progreso, emisora nacional de gran importancia.

Una pregunta saltó de inmediato: si ya tenía cambio de dirección. Yo no lo había hecho, porque no tenía forma de conseguir ubicación laboral en la Capital, y aunque lo deseaba profundamente, no hice nada al respecto.

Claro, tampoco tenía a quien recurrir para efectuar el cambio, pues a partir del 22 de abril de 1997, se puso en vigor el Decreto 217 sobre las Regulaciones Migratorias Internas para la Ciudad de La Habana, según el cual las viviendas deben cumplir con una serie de requisitos para poder realizar hacia ellas el traslado permanente de personas, requisitos que las de mi familia no cumplen.

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La comunicación y sectas de sobrevivencia

Esteban Diaz

Benny Moré.  Photo: Caridad

Llevo más menos tres años sin viajar a Argentina; factor dinero y ciertas prioridades personales que no me lo han permitido. Este largo trecho ha hecho que mi madre quiera, como es lógico, que retorne al pais.

En sus intentos de comunicación conmigo, pocas son las líneas o charlas que se logran concretar, primero por la extensa suma de dinero que se daría por tel. y otra, porque tanto el Internet como el intranet (correo cubano) tienen posibilidades muy limitadas en Cuba. Ni hablar de cartas que se demorarían semanas o hasta meses en llegar.

Si bien la comunicación debería ser lo primordial en una familia, esto se acaba sin muchas oportunidades. El “exilio” académico a producido este distanciamiento entre muchas familias de Latinoamérica y el mundo. ¿Cómo es posible que después de llevar trabajando 30 años corridos —doce horas al día o más— no se logre pagarle los estudios a los hijos y mantener condiciones dignas de vida?

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Residencial Del Mar

Osmel Almaguer

Playa cubana, photo: Caridad

Cuando tenía seis años mis padres y yo nos hospedamos en una villa militar de descanso que ya no existe. Su nombre era Residencial del Mar.

Fue la última vez que pude estar en algo parecido a un hotel. Mis padres estaban jóvenes, mis tíos, que nos acompañaban, también. Había mucha alegría y pocas trabas, toda la comida que necesitábamos, bebidas, piscina, restaurante y sala de juegos.

Nada que no tengan otros lugares como estos, pero suficiente como para que yo pasara una semana que nunca olvidaría, más aún cuando no se ha vuelto a repetir.

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Servicio Social (1)

Francisco Castro

Estudiantes en la Universidad de La Habana.  Foto: Caridad

En Cuba, la enseñanza universitaria es gratis, como todos los demás estudios obligatorios. Es gratis en el sentido de que no hay que pagar con dinero los años que dura la carrera, pero, una vez graduados, hay que pagar con trabajo los conocimientos adquiridos en las aulas, lo que se conoce como: cumplir con el servicio social.

Tres años de nuestras vidas deben ser dedicadas a este pago. En el caso de los varones, cuentan los años de servicio militar que hayan prestado, y también las hembras, aunque para ellas el servicio militar es voluntario.

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Para una verdadera batalla de ideas

Erasmo Calzadilla

Estudiantes universitarios cubanos.  Foto: Caridad

¿Quién debe controlar el contenido de las clases de un filósofo? Muchas chispas saltan en Cuba ante esta pregunta.

Ella nos conduce directamente a la cuestión de cómo y bajo qué criterios se concibe el asunto de la educación por esta esquina calurosa del mundo. Y ¿cómo se concibe? O mejor ¿En función de qué y de quienes está la educación?

Empecemos de abajo para arriba, por los estudiantes.

¿Pueden los estudiantes decidir qué, cómo y con quién quieren aprender? La respuesta es, con toda confianza, no. Siquiera en la universidad es fácil encontrarse algún curso opcional.

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Tema para un bolero

María Matienzo Puerto

Omara Portuondo.  Photo: Caridad

Siento nostalgia de una ciudad sonora que no conocí. La Habana, que me cuenta una amiga, llena de jazz band, soneros y bolerones, que cantaban lo mismo a un amor perdido que al placer de un buen alcohol. Una Habana ubicada bien lejos de esta que vivo con una ceremoniosidad impuesta que solo nos lleva a parecer lo que en realidad no somos.

Yo soy así. Añoro lo otro con mucha facilidad, sobre todo lo que no he vivido o lo que no he tenido. No es envidia, es solo cierta melancolía que me permito de vez en cuando.

Por ejemplo, siento una apretazón en el pecho cuando pienso en mi abuelo muerto hace ya algunos años. Y es que la muerte es una de las cosas que jamás aceptamos.

Aunque siempre que veo aparecer por mi ventana a la nostalgia detrás viene la esperanza o la resignación.

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El autoempleo en Cuba: ¿quién gana?

Foto: Caridad

Dmitri Prieto

Frecuentemente tomo la guagua en las cercanías del Hospital Naval, en La Habana del Este. Ese prestigioso centro médico fue construido antes de la Revolución para atender las necesidades de la Marina de Guerra.

Hoy es una gran clínica adscrita a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, pero brinda servicios además a las comunidades adyacentes e incluso a territorios más lejanos, como las provincias de La Habana y Matanzas.

La extensión de esos servicios incrementa por supuesto las necesidades de transporte en la zona; de ahí que converjan allí numerosas rutas de ómnibus, y la gente va y viene – no sólo aquellos que acuden a resolver sus problemas de salud, sino también público en general.

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Del arte acritico al arte socialchovinista (II)

Esteban Diaz

>En el concierto de Juanes.  Foto: Caridad

En estos años en Cuba he estado en la búsqueda de su realidad, o sea, entender como se mueven las relaciones sociales, su cultura, economía y política, así he concluido, y no es un gran descubrimiento el interés que causa la música en este pueblo. El baile, el festejo en las calles, deja en claro cuan alegre es la gente; la música está en la sangre del cubano.

Es lamentable que últimamente se hallen entregados al reguetón, uno de los géneros más enajenantes de música, aunque manteniendo su Salsa característica. Es cierto que «no solo de política vive el hombre» como diría un revolucionario ucraniano, ya que es importante mantener la cultura y la alegría como lo hace este pueblo.

Pero al mismo tiempo es importante estar al tanto de lo que sucede en nuestra realidad y controlar nuestras vidas con un pensamiento crítico constante. Hoy el tema «Creo» de «baby Lores» junto a «Gozando en La Habana» de la Charanga Habanera recorre todos los medios de difusión propagando la exaltación nacionalista inconsecuente, que no deja espacio para la crítica, incluso la revolucionaria.

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Mis gastos millonarios

Osmel Almaguer

Trabajadores cubanos.  Photo: Caridad

Hace un tiempo Felipe Pérez Roque, recientemente destituido de su cargo de Canciller, hizo un análisis en una reunión de las Naciones Unidas, según el cual se pudo deducir que cada cubano no solo es millonario, sino que con muy poco dinero puede comprar muchísimas cosas. Lástima que estas conclusiones no reflejen nuestro verdadero nivel de vida.

Felipe afirmaba que con un dólar se pueden comprar x libras de arroz, frijoles, azúcar y leche en polvo. Claro, haciendo referencia a los productos de la Libreta de Abastecimiento, mediante la cual el Estado Cubano subsidia un mínimo de alimentos a cada persona. Esta cantidad solo alcanza para una semana, al máximo, y luego tenemos que buscar los productos a precios mucho más altos.

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Una historia de bicicletas

Jorge Milanes

Joven en La Habana Vieja.  Photo: Caridad

La Villa Panamericana es una ciudad de edificios con apartamentos de no más de cinco pisos, ubicada en la entrada de Cojímar, construida para los deportistas que participaron en los Juegos Deportivos Panamericanos de La Habana 1991. Luego de terminados los juegos fue entregada a familias.

Desde entonces cientos de jóvenes se reúnen en su largo parque conocido como El Prado de La Villa a escuchar música, conversar, bailar, montar bicicletas, en fin, a hacer vida social.

Ayer en la noche salí a comprar cigarrillos en bicicleta, y como el trayecto es tan aburrido, le pedí a Humberto, mi vecino de 17 años, que me acompañara. Él, que es un adolescente muy alegre y se pasa la vida haciendo chistes y gesticulando, aceptó.

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