Por amor al ridículo
Un alemán que apenas conozco le hizo a mi hijo un regalo inapreciable: el MP3 con que soñaba desde la secundaria. Y puesto que el objeto es en sí una exquisita golosina y los tercermundistas somos unos niños golosos, se lo he pedido en ocasiones para mirar el mundo bajo el embriagante efecto de la música.
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