La locura y la belleza de la vida en Honduras (II)
Entré con Edward en un restaurante encantador situado a lo largo del famoso paseo marítimo conocido localmente como “El Paseo”.
Entré con Edward en un restaurante encantador situado a lo largo del famoso paseo marítimo conocido localmente como “El Paseo”.
Santa Cruz de Yojoa, Honduras es un pueblo que debería de tener un muro alrededor. Es un lugar donde nadie respeta a nadie…
Nos sentamos alrededor de la mesa mientras ella nos obsequiaba a mí y -si no recuerdo mal- a su hija, una historia horrible.
Honduras es mi lugar especial. Los que han leído mis artículos anteriores aquí, lo saben bien. Sin embargo, como casi siempre sucede…
Un minuto estaba abriendo la puerta para ella, recibiendo una sonrisa encantadora y alegre “muchas gracias, joven” y al siguiente…
Donde vivo también residen un padre e hijo nicaragüense, dentro del edificio/hostal de apartamentos en el que los tres, alquilamos.
Me monté en un taxi viejo y destartalado, desde una parte de San Pedro Sula a otra, en una típica tarde caliente como un horno.
“Cristo, lo único que la gente ha hecho hoy es quejarse de su país”. Lo exclamé en voz alta, como si me dirigiera a un grupo. Sin embargo…
Nunca pensé que llegaría ese día, nunca pensé que sería yo quien pronunciaría esas palabras. Pero, a veces estos pensamientos son fugaces…
“Ha sido un año, que me ha dejado sin palabras.” Ben Anson nos escribe desde Honduras antes de la llegada del huracán Iota.