Alfredo Prieto
En Cuba, los orígenes del pirateo de películas y música se remontan a los años noventa, cuando entraron al país, de manera más o memos articulada, equipos VCRs que en su momento sustituyeron a los de formato Beta, aquí localizables desde la década del ochenta.
Moviéndose al calor de las nuevas circunstancias, distintos individuos, usualmente organizados a nivel familiar y con una inversión inicial de capital para la compra de cintas y otros menesteres, comenzaron a ofertar servicios de alquiler de películas en general clasificables en lo que en los Estados Unidos se consideran junk movies, típicas de la llamada cultura de masas, y que en el fondo prolongaban las ofertadas por la propia programación oficial en las llamadas “películas del sábado.”
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