Cómo reconocer a un buen líder (I)

Por Verónica Vega

ilustración por Yasser Castellanos

HAVANA TIMES — Siempre que oigo a alguien quejarse de lo mal que está Cuba, si es de los que luchó convencido por lo que tenemos hoy, (o por las promesas que se llevó el viento), noto que en el momento de mayor conmoción política pasó por alto muchos detalles útiles.

Actitudes de los líderes, palabras significativas, reacciones que se inducían o castigaban. Sin embargo, al menos, los que conozco, se autoexoneran de toda responsabilidad aduciendo, por ejemplo, que ellos sí no participaron en las diversas cacerías de brujas.

Y me pregunto ¿fue suficiente?

Son muchos los que aún se resisten a olvidar el momento en que esta isla, como David, contra Goliat, se erigió como paradigma del triunfo del sometido sobre el tirano, demostrando que la justicia existe y un país pequeño puede conquistar el derecho a su soberanía.

El sueño (entonces realidad) contagió a multitudes. Aunque no fui testigo directo ni actor, he visto imágenes de esos gloriosos momentos.

No sólo gentíos ebrios de optimismo, no sólo uniformes, melenas y barbas. No sólo una paloma descender del cielo, la emoción suspendida, las sonrisas, las lágrimas. También hay una escena de masas que claman: “¡Paredón, paredón…! Otra escena de un hombre tambaleándose por el impacto de un tiro, la explosión de sangre en la pared, la grotesca caída en la fosa ya lista.

La mayoría de los líderes son sólo hábiles manipuladores de sueños, y es la complicidad popular lo que les concede el poder de acción. Desde el pedestal donde los colocamos, viendo el mundo como un inmenso tablero de ajedrez y a la humanidad como piezas minúsculas, administran en convenientes dosis nuestra esperanza y nuestra decepción.

Entonces, la sensación de “gloria” se diluye y una voz interior me susurra que el saldo de esa efervescencia no podía ser simplemente la paz, la unidad, la prosperidad de un pueblo.

Entre los que editan (o justifican) esa parte de la historia, están los que eran demasiado pobres para no venerar la mano que los sacó de la miseria absoluta, o los justos que vieron esbozarse el paraíso de equidad terrenal, y esperan, esperan, esperan… ver completado el diseño. O los que, sin haber sido actores directos se declaran seguidores incondicionales –desde las entrañas del capitalismo.

Ninguno de ellos quiere notar un hilo bien visible: las cacerías que siguieron a las de los cómplices (o sospechosos) del gobierno de Batista.

Pues pronto hicieron falta más “depuraciones”, como los UMAP, o parametración, o mítines contra la  “escoria”, que podía estar constituida por marielitos o Diez intelectuales, o por los que defendían un “Criterio Alternativo”…  O por periodistas y bibliotecarios independientes, firmantes del Proyecto Varela, o mujeres vestidas de blanco. O por bloggers que se lanzan a la inmensidad virtual.

Siguiendo ese rastro la conclusión es simple: la satanización puede tomar cualquier rostro aunque sean diferentes los métodos de purga.

Recuerdo algo que me dijo un amigo: “nadie que no sea ejemplo de lo que dice, hará que yo lo siga”.

Una observación fría a la evolución de los grandes líderes es muy reveladora. Para empezar, son escasísimos los que guiaron a todo un pueblo y no llegaron a ser reyes, ministros, presidentes. Renunciar al poder es un fenómeno muy raro. O ceder éste si ya se alcanzó, aunque no estén articulados los mecanismos que restringen (legítimamente) el tiempo de mandato.

Lo más común es que los líderes, surfeando sobre la frágil tabla del poder, se muestren como son: ególatras, veleidosos o hasta desatinados…

Pero las naciones, exactamente como los individuos y las frutas, no maduran con golpes ni con productos químicos. Los golpes, para que sean efectivos, deben involucrar una sustancia tan sutil como el discernimiento.

Y el proceso puede llevar siglos. Distraídos en la lucha diaria, la expectación, el exilio, el in-xilio, portando frenéticas banderas de una u otra ideología, no vemos que son sombras y luces formando seductores y fugaces espejismos. El ocaso de nuestra vida puede sorprendernos en ese estado que describe una canción del grupo uruguayo “Cuarteto de Nos”:

Ya fui ético y fui errático
ya fui escéptico y fui fanático,
ya fui abúlico y fui metódico,
ya fui púdico y fui caótico.

(…)

Ya me cambié el pelo de color,
ya estuve en contra y estuve a favor,
lo que me daba placer ahora me da dolor,
ya estuve al otro lado del mostrador…

Lo triste es que los gobiernos cuentan con todo esto: el egoísmo humano y la contraposición de intereses, el gradual desgaste físico y psíquico, los cambios de ambición en los ciclos de la vida, la amnesia histórica y el valioso sistema de reciclaje que constituyen las generaciones mismas.

Son muchos los que aún se resisten a olvidar el momento en que esta isla, como David, contra Goliat, se erigió como paradigma del triunfo del sometido sobre el tirano, demostrando que la justicia existe y un país pequeño puede conquistar el derecho a su soberanía.

La mayoría de los líderes son sólo hábiles manipuladores de sueños, y es la complicidad popular lo que les concede el poder de acción. Desde el pedestal donde los colocamos, viendo el mundo como un inmenso tablero de ajedrez y a la humanidad como piezas minúsculas, administran en convenientes dosis nuestra esperanza y nuestra decepción.

Pero la tragedia real, ¿y eterna?, es que cuando las multitudes por fin, deshipnotizadas a fuerza de amarguras (como pasa en el amor), admiten el engaño, puede haber ya otro candidato no más confiable colocado bajo el haz de luz y los aplausos.

Ahora, los líderes encarnan el nivel de conciencia que predomina en un grupo o nación. El error más común (y fatal) es dejarse seducir por personalidades arrasadoras y despóticas, por actos de crueldad, como performances de justicia. La sencillez y la compasión impresionan a muy pocos.

Así que mientras hoy, al menos en Latinoamérica, se reúnen grupos a venerar la memoria de un Pablo Escobar, probado narcotraficante y sanguinario, es un indicativo de cuán lejos estamos de cualquier posibilidad de democracia.

Veronica Vega

Verónica Vega: Creo que la verdad tiene poder y la palabra puede y debe ser extensión de la verdad. Creo que ese es también el papel del Arte, y de los medios de comunicación. Me considero una artista, pero ante nada, una buscadora y defensora de la Verdad como esencia, como lo que sustenta la existencia y la conciencia humana. Creo que Cuba puede y debe cambiar y que sitios como Havana Times contribuyen a ese necesario cambio.

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One thought on “Cómo reconocer a un buen líder (I)

  • Excelente articulo Veronica, felicidades. Hay que evitar que se cambie la historia para que no se repita

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