Pablo: una denuncia social pero…

Irina Echarry

Del documental Pablo.

HAVANA TIMES — Una presentación especial de Pablo, película de Yosmani Acosta, tuvo lugar en el Pabellón Cuba el martes 5 de diciembre como parte del Festival de Nuevo Cine  Latinoamericano (4-14 diciembre).

Pablo es un film provocador, que cuestiona la realidad cubana desde un punto de vista poco abordado en la cinematografía de la isla: el maltrato infantil.

A pesar de tener planificada una sola proyección, los trabajadores de la salita de video del  Pabellón Cuba agregaron otra tanda a las 8 de la noche, pues había mucho público fuera, inconforme. Pero los que tuvieron la oportunidad de entrar quedaron subyugados ante las primeras imágenes.

Ana Margarita, de 58 años, cree que la historia está muy bien contada “sobre todo en el plano emocional, un niño que es obligado a trabajar, que lo enseñan a carterear para ganarse el pan, y uno lo ve bajar y subir a las guaguas con el uniforme de la primaria, y luego llegar  a la casa con muchas billeteras en la mochila; eso está muy fuerte. Tiene que ser pura ficción, yo creo que en Cuba no pasan cosas así, porque cuando suceden enseguida se toman medidas”.

Pablo pierde a la madre (mientras discute con el padre) en un accidente. Luego pierde a la abuela que lo crió con amor y mimos. Entonces tiene que ir a vivir a con su padre, un ser desagradable, sin escrúpulos, que le pega si no hace lo que él quiere.

Desde el primer día pone sus condiciones: “A partir de mañana tienes que salir a buscarla, porque en esta casa el que no la busca no come”, así lo obliga a conseguir dinero y lo deja sin comer si es preciso.

La vida del niño da un giro de 180 grados, ahora vive en un mundo hostil al que tiene que adaptarse o perece. El final abierto provoca incertidumbre en los espectadores, cada uno puede llevar su versión.

Yeniel, adolescente, piensa que la película “tiene movimiento, y eso es importante, porque no aburre, al contrario, te pone a pensar. Yo mismo me quedé con dudas al final, no sé si el niño mató al padre, o sale corriendo a sacar la cartera de la casa para que no le cojan evidencia. Si es así estaría encubriéndolo y uno repregunta: ¿puede el niño encubrir a un padre tan malo? No sé qué decirte, verdad que el Padre es algo grande, pero en este caso no es así, incluso fue quien lo obligó a robar la cartera a la mujer y por eso ella sufrió el accidente y murió. Yo no creo que el niño lo esté encubriendo porque él no ha sido criado así, a él su abuela y su mamá le enseñaron otros valores”.

La cinta está basada en el guión de Yoel Ortega, a partir de la versión premiada en 2009 en la sección “Haciendo Cine”, de la VIII Muestra de Jóvenes Realizadores, y finalmente contó con la colaboración de Luisa Alejo y el propio director.

Filmada en Camagüey ―lo que aporta un toque diferente a la realización―, Pablo se convierte en una suerte de denuncia social, pues muestra la violencia y el autoritarismo a que son sometidos los niños y niñas en las escuelas y en las casas.

La actitud déspota y violenta de la maestra en el aula es un paso de avance en nuestro cine donde el Maestro siempre tiene esa connotación de sagrado, magnánimo, educador, cuando la realidad que vivimos en las escuelas es muy diferente.

Lo que pasa es que, aunque lo intenta, la película no escapa a los estereotipos: la maestra recibe sermones poco creíbles de parte de los demás profesores en las reuniones en la escuela; y el malvado padre es negro y delincuente.

Aunque la suegra diga “no es cuestión de pellejo es cuestión de alma”, el tema central se diluye cuando el personaje del padre (y sus diabluras) se roba el show. Y es una pena porque el maltrato y el autoritarismo son el pan diario en la educación de los hijos, muchas veces de manera inconciente (pues ya está incorporado); hubiera sido buena esa visión.

La violencia intrafamiliar y escolar llegan a dimensiones inimaginables en el mundo entero ―incluyendo a Cuba, por supuesto―, y pueden ser generadas por cualquier ser humano, sea delincuente o un profesional ejemplar en su trabajo.

La profesión, el oficio o cómo se busca la vida no debe ser determinante, pues mostrando una sola arista del problema ―en este caso la más común―, se invisibilizan otras tan peligrosas pero menos conocidas.

Luego de escuchar a Pablo decir que después que uno está en el mundo “tiene la obligación de decidir un camino, ya sea el de los buenos o el de los otros”, el público aplaudió durante un rato. Entre los méritos de Pablo está la interacción con el espectador, el diálogo que establece.

La película, con muy buena factura y un sonido espectacular, deja un sabor amargo pues cuenta una historia fuerte, estremecedora; aunque peca de ingenua al centrarse en “bueno y malos” cuando los seres humanos tenemos, por lo general, diferentes matices.