El tiempo, el implacable

Fernando Ravsberg

Foto: Elio Delgado

HAVANA TIMES, 14 april — Hace unos días conocí a una anciana que camina las calles de La Habana recogiendo latas vacías de cerveza y refrescos para buscarse un dinero extra que le permita llegar a fin de mes.  Le pagan $8 (US$0,33) por cada kilogramo que entrega.

La abuela trabaja todo el día porque para ganar un dólar necesita recolectar 228 latas.  Llegar a fin de mes con los US$78 de la canasta básica es imposible, implicaría recoger casi 18.000 latas, unas 600 diarias laborando sin descanso semanal.

A pesar del magro ingreso, el número de personas dedicadas a esta actividad crece rápidamente.  Cumplen una doble función, recuperan materias primas y limpian las ciudades de residuos contaminantes.

Es cierto que en otras partes del mundo también hay gente recogiendo materiales reciclables y es verdad que los “buzos” cubanos gozan de algunos beneficios sociales que no tienen sus pares latinoamericanos como salud pública o educación para sus hijos.

Pero parece que algunos creen que se trata de una actividad sumamente lucrativa y para evitar que estos ancianos se hagan ricos comenzaron a exigirles que paguen una licencia como trabajadores por cuenta propia.

“Hacienda somos todos.” decía una publicidad española, tratando de convencer a los súbditos para que paguen sus impuestos.  Y es verdad que pagarlos es un deber ciudadano, pero cobrarlos con justicia es un deber del Estado.

Mientras exprimen los ínfimos ingresos de estas personas, en mi barrio se gastaron millones de dólares en construir una central eléctrica que desde hace un año no se enciende debido al ruido y las vibraciones que afectan a los vecinos y las edificaciones.

¿Y con qué se pagan estas chapuzas?, pues con el dinero que pretenden arrebatarle a las ancianas recogedoras de latas.  No se trata de una simple anécdota, es la esencia de lo que está ocurriendo en este momento.

Derrumbe de Centro Habana.

Esos son los temas que importan a los cubanos y por ende los que seguramente debatirá el Congreso de los Comunistas.  Es una excelente oportunidad para darle un impulso a una reforma que avanza con timidez de adolecente.

Pasan años de debates, discusiones y negociaciones políticas antes de aprobar la compra-venta de casas o automóviles, tal y como si del traspaso de un viejo Lada ruso dependiera el destino de la Revolución o el futuro del socialismo.

Hace meses me confirmaron que “todo está listo para lo de los traspasos de carros.” Ahora me cuentan que ya hicieron las nuevas matriculas, habrá solo una de empresa y otra particular.  Desaparecen las de la FAR, MININT, Prensa Extranjera, etc.

“Todo está listo” pero no se aprueba.  Dicen que sigue el debate porque algunos compañeros presionan para que solo se autorice el traspaso entre cubanos e insisten en que se prohíba a los ciudadanos comprar un automóvil en el concesionario.

La negociación política mediatiza y enlentece dramáticamente el proceso de reformas.  En manos de los delegados al Congreso está destrabarlo pero difícilmente lo lograrán si pretenden satisfacer a todas las tendencias del Partido.

Una burocracia con intereses propios

No se trata de decidir si se cambia o no, la vida en la isla ya ha cambiado.  Más allá de la voluntad de los comunistas cubanos, los pobres son cada vez más pobres y los burócratas más ricos a costa del sacrificio de los demás.

La batalla entre unos y otros es desigual.  La burocracia ejerce su poder tras un entramado de leyes, circulares, resoluciones y normativas que limitan la libertad de acción de los campesinos, los trabajadores por cuenta propia y los intelectuales.

Su poder reside justamente en decidir quién compra un automóvil, quién se muda de casa, qué cultiva un campesino, quién viaja o cuánto paga de licencia un cuentapropista.  Y de ese papel de “Gran Hermano” proviene también su dinero sucio.

La comida es un punto flaco de la economia cubana.

Tratar de mantener leyes arcaicas para evitar que surjan nuevos ricos es inútil porque estos hace años que viven entre nosotros.  Pero los comunistas cubanos sí pueden decidir en su Congreso qué sectores se beneficiarán en el futuro.

Vender insumos a los cuentapropistas, tractores a los campesinos, vehículos a los transportistas y barcos a los pescadores sin dudas generará riqueza pero esta irá a los bolsillos de los trabajadores e incentivará la producción.

De lo contrario seguirán enriqueciéndose los mismos de siempre, los que en vez de crear riquezas las roban, “el funcionarismo autocrático” del socialismo que describía José Martí, advirtiendo que “abusará de la plebe cansada y trabajadora.”

Es de esperar que los delegados al Congreso tengan muy presente la dramática alerta lanzada por su Segundo Secretario: “O rectificamos o se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos.”